martes, 28 de abril de 2009

Saludos, visitantes

Estamos ultimando detalles para la publicación de Xiru en formato libro-ite. Agradezco la buena voluntad de Maggie Torres -poetiza asuncena de cabello enrulado así-así que estudia en Colombia con los guajiros y los vallenatos y los Buendía (mi repertorio de arquetipos es limitado cuando el tema es Colombia)-, agradecerle por ayudar a publicar una parte de la novela en formato cartonero que por razones que prefiero no comentar permanece "casi" semi-inédito.

Mientras me gustaría compartir con ustedes algunos cuentos. Los cinco primeros pertenecen a la humilde colección de cuentos titulada "sh... horas de contar...", publicada en 2006 (sí, todos queremos contar, ser partícipes, ser visibles y ocultables, existir, ser). Sirven como documento, y a algunos les tengo mucho cariño, y son: Cliché, la historia de un manequí frívolo; Camiones, una suerte de elegía a la inocencia y la pasión desacertada; Surré, algo de humor en torno a la celebridad; y jeans Ajustados, uno de los cuentos que me permitió hacer muchos amigos en el Este -no en los ómnibus, una lástima-, y gracias al cual me gané una maestra.

Como bonus les entrego Umbral y Pifias y comedimientos, una perla que puse en Asunción y la otra en el Este.

Un abrazo.

Cliché

El maniquí se ve en su forma esbelta y pálida en la oscuridad del depósito polvoriento. Durante meses, es el modelo que viste las prendas de estación -Primavera, Verano, Otoño, Invierno- y es receptor de miradas envidiosas lanzadas por ojos a reventar de aturdimiento. Lo envidian por las prendas costosas ―que no se ven vestidas por los villanos― y por la figura esbelta ―siempre en poses sugestivas y extremadamente arrogantes―. Aún así, y a pesar de convicciones y superficialidades, puede decirse que se ve hermoso en las vidrieras. Sin embargo, en esta oscuridad enclaustrada, pero no absoluta, así, despojado de atavíos y de poses extravagantes, luce macabro.

Está totalmente armado, a diferencia de sus pares, cuyas extremidades yacen esparcidas ―roedores gigantes se llevaron bocados de dedos y narices de yeso―.

Nadie toca a este maniquí en estas temporadas entre temporadas. Suele encontrarse en exposición en los lugares más destacados de la tienda, con iluminación perfecta y con las bisuterías más brillantes. Pero acá, en la existencia impávida, oscura y oculta, las ratas no lo tocan por el fuerte olor a desinfectante e insecticidas que le fueron aplicados durante el año. El maniquí vive una soledad impensada.

Y quizás en unas semanas, cuando Alberto venga a limpiar el depósito, y trate de cargarlo para cambiarlo de lugar, él lo deje caer fortuitamente, o casi fortuitamente. Quizás se esparza en pedazos por el suelo mojado y lodoso, que sus pies siempre calzados con “elegancia” no pisaron, y sea tirado a la bolsa negra, mezclado con las demás basuras vulgares.


2005

Camiones

Nadie sabe de dónde vinieron. Simplemente los vimos llegar una mañana al valle, descendiendo lentamente por la estrechez de la ruta, rodeando al villorrio, con sus cargas desconocidas que cautivaron nuestros intelectos hasta el exacerbo.

¿Quiénes son? ―pregunté a papá.

El progreso ­―contestó con dubitable seguridad.

No me lo tragué. Y una indagación empezó a germinar en mi entendimiento.

Me escabullí entre la perenne serpiente motorizada, y caminando a su lado, saludé a uno de los conductores.

―¿Quiénes son? ―repetí insatisfecho con la respuesta paternal.

­ ―La globalización ―respondió.

Quedé absorto. “¿Así, en estos camionzuelos chatos?” No pude sino quedar ofendido. Y un olor bochornoso hostigaba mi olfato. ¿SOJA?

El descenso duró días. Y de madrugada, jóvenes que envejecían vertiginosamente se escapaban hacia la luminosidad escondida por las montañas. Eso me cautivó más aun.

­ ―¿Quiénes son? ­―pregunté a papá.

­ ―¡Locos! ―respondió.

Ya adolescente logré alcanzarlos. Una afluencia mínima, pero admirable.

­ ―¿Hacia dónde vamos? ―pregunté.

―Hacia las utopías.

Y nos dormimos caminando hacia detrás de las montañas, sudando multitud de sueños descalzos.



2004

Surré

Los periodistas estaban agolpados en el portón de la casa de los patrones de Rogelio Luis cuando éste salió sonriente por la puerta marrón de cedro. Enseguida se vio una oleada de flashes que por poco no ciegan a Benita María, la sirvienta de los Moreira, y a la señora Moreira, que miraba iracunda por la ventana de cartulina de la pequeña mansión.

Todo un mundo estaba atento a lo que ocurría en el caso de Rogelio Luis y los niños Moreira; tanto, que los publicistas pagaban el doble cuando sus comerciales eran pasados en el horario del noticiero, que era cuando más se comentaba el caso.

No faltaban periodistas que se postraban ante Rogelio Luis implorando que les concediera una nota, otros optaban por suicidarse para evitarse una negativa del hombre más hermoso del mundo.

—¿Cómo cree que terminará el caso?—, preguntó un periodista vestido de rosa.

—Sé que los otros quieren los puntos, pero vamos a poner todo el empeño para sacar buenos resultados y llevarnos los puntos a casa—, respondió el entrevistado con una sonrisa y un gesto dietético que dieron tapa de revista los tres días siguientes.

Otro periodista, evidentemente fuera de las líneas aceptables —o comprensibles— para los telespectadores, preguntó si consideraba necesario enjuiciar a unos padres por no comprar un producto de “high quality” a sus hijos, y si la medida tomada por él y sus abogados, no era anticonstitucional. El protagonista de los sucesos sonrió irónicamente y le respondió con otra pregunta: “Y esas cosas, a quién le importan?”.

Después de firmar algunos autógrafos y posar con la Miss Rogelio Luis para la revista Temas, con un niño —de ojos llorosos y dedo en la boca— en brazos, agradeció a sus “sponsors” y se despidió anunciando la publicación de su autobiografía, reconocida y declarada por el Ministerio de Cultura y Educación de interés cultural macro-cósmico.

Una semana después de que el Ministerio de las Buenas Costumbres declarase inmoral el uso de salir de noche, el presidente de la república le concedió la tenencia de los niños, quienes fueron enviados a Nadalandia. La niña fue escogida imagen de la bebida alcohólica oficial del Ministerio de Salud, mientras que el niño fue declarado “sex simbol” por el movimiento pedófilo con más popularidad del momento.

La historia de Rogelio Luis terminó trágica, como toda trama de suceso. Después de casarse con la pobre niña rica, decidió suicidarse arrojándose del campanario de la catedral metropolitana sobre una réplica gigante del cuadro “El grito” de Münch, mientras el coro polifónico de la Universidad del Oriente entonaba “fascinación” y tres mil niños con medias y camisetas blancas se ensuciaban bailando el “top ten” del momento en una piscina de petróleo importado de las colonias norteamericanas en Irak, para un comercial de jabón en polvo brasileño. El salto fue perfecto y ganó 10 puntos de casi todos los jurados, a excepción del árbitro venezolano, que se negó a calificarlo.

La muerte de Rogelio Luis fue llorada por diez millones de personas en el panteón de los héroes.


2005

jeans AJUSTADOS

Salió del trabajo. Se dirigió a la parada, y esperó, mirando el vacío con ojos de vidrio. Subido al ómnibus, buscó un lugar en el fondo donde nadie lo viera y donde él pudiera ver a todos. Personajes y personajes desfilaron ante él sin causarle mayor interés, hasta que se fijó en un joven con jeans ajustados y gran atractivo. Lo estudió detenidamente, y cuando vio que portaba un libro, comprendió que no era un alma ordinaria, que era un “yo como él”.

Cruzó los dedos para que se sentara a su lado o cerca de él —aunque afirmaba no creer en cábalas ni en nigromancias, por alguna razón sentía necesidad de hacerlo—. Infelizmente se sentó en uno de los primeros lugares y desde el fondo no alcanzaba a ver sino su nuca.

Miles de ideas franquearon su mente: “Hola, que tal. ¿Nos conocemos?”. No, sonaba demasiado pedestre. Pero, cómo acercársele sin ahuyentarlo. Cómo besar ese frágil cristal sin cortarse los labios. Quizá era imposible, y ésta no pasaría de otra flor que se huele sin probar el néctar.

Lloró sus frustraciones sin lágrimas ni sollozos; llanto perceptible apenas por un ceño fruncido y esa mueca en los labios. Inventó un gusto amargo en la boca para sentirse más víctima y tosió dos o tres veces para que alguien se fijara. No surtió efecto.

Mientras el bus avanzaba, cruzando los monótonos paisajes de la desordenada ciudad, se imaginaba historias; noveletas románticas, completamente quiméricas, copiadas de quién sabe qué barbaridad.

Para cuando la anciana de sombrero negro y chal subió, en sueños se desabrocharon botones y se hurgaron lugares prohibidos. La mujer avanzó lentamente, con pasos pesados, sosteniéndose con sus trémulas manos de lo que podía. El único lugar disponible era a su lado. Iba a cruzar los dedos pero..., cuando la anciana se acercó al joven de jeans ajustados y gran atractivo, éste se levantó y le cedió lugar. “Todavía existen caballeros”.

Se quedó parado en el pasillo muy cerca de él, desde donde pudo ver mejor sus atributos físicos. Como le gustaban.

Miró hacia otro lado y se encogió lo más que pudo para que el joven de jeans ajustados y gran atractivo notara el lugar vacío a su lado. Tuvo que recurrir a la tos. “¿Puedo?” Preguntó con la mirada. “Sí”, respondió con un gesto complaciente. ¡No podía ser! Se le acercó y un pequeño temblor que empezó en las piernas le hizo estremecer.

Con el movimiento del bus, se rozaban sus piernas y su perfume le sugería “sexo”. Pero eso no era todo. Inquietud se sentaba a su lado y Tentación le mordía la oreja. Sus manos querían tocar, pero se aguantaban; frotándolas pretendía quitarse las ganas. “¡Qué pensaría de mí!”. Él joven de jeans ajustados y gran atractivo se sentía igual, pero lo disimulaba mejor. Excitados ambos.

El hilo se rompió y alguna mirada de esquina se hizo directa. Musitaron alguna palabra que sonó a “hola”, que salió como un ronquido expulsado de adentro, que arañó sus gargantas. “Buen libro el tuyo”; y las palabras se sucedieron en un círculo interminable. “¿Te invito un café?” “Vamos a mi casa”. “Linda casa la tuya. ¿Me mostrás el baño?” “¡Ay, disculpame!” “No, no es nada, no me molesta” “¿Puedo?” “¡Claro!”.Y se desabrocharon botones y se hurgaron lugares prohibidos.

Antes de besarle la boca, lo miró fijamente, y vio cómo con los ojos cerrados y la boca entreabierta, se le pintaba en la cara una mueca de placer orgásmico; un sentir fuerte, muy fuerte.

Cinco minutos después, los minutos se hicieron horas y las horas tediosas eternidades. Todavía le apetecía, pero ya no era totalmente nuevo. Ya era común. ¡Cómo rendirse a lo pasado, a lo conocido!

Se despidió sin más y se fue a su casa donde, después de una ducha tibia, se acostó a dormir.

Se levantó bien temprano y comenzó su rutina con el latoso viaje de ida al trabajo.


Hastío sempiterno en la gris oficina; expresiones estancadas en los rostros pálidos. Suenan las cinco. Intentos de sonrisa, que sale torpe: pifias del alma inexperta, atrofiada.


Salió del trabajo. Se dirigió a la parada, y esperó, mirando el vacío con ojos de vidrio. Subido al ómnibus, se fijó en un joven con jeans ajustados y gran atractivo.




Minga Guazú, 2004

*Cuento incluido en la colección "sh... horas de contar...", Ciudad del Este, 2006.

Umbral

Salí con los bolsillos llenos de una arena que se fue yendo por un agujero hasta que en los bolsillos no quedaron más que mis dos manos desoladas, solitarias, viudas de dinero, desnudas de plata, sudando su sensualidad irrefrenable. Modelos a escala, semblanzas de Jólligud, nothing's gonna change my world, babe; es tarde, muy tarde, es tarde y no tengo cómo volver a casa, no sé cómo volver porque las palomas asuncenas se llevaron mi rastro de migas de pan y la bruja, mi querida bruja no descuelga el teléfono, trata de colarse por él e incorporarse frente a ese, a esa interlocutora invisible con quien supone que estoy. Está loca. Pero yo también lo estoy, el ciego insomne que transita las calles de Bizancio sin más lazarillo que la fe en que nadie muere cuando está soñando.