martes, 17 de febrero de 2009

FIEBRE DEL ESTE


El cuello de la serpiente acéfala se bifurcó. Son dos más los cuellos que nos conducen a las multiplicaciones.

Los cuellos siameses se bifurcan. ¿Quién promueve estos brotes?

Ahora las serpientes-bebé ahogan sus terminaciones faltas de cabezas en los saltos de agua; atraviesan todo y se conducen por todo tramo que las lleve al agua y a las proliferaciones.

¡Han muerto las lombrices-camino! Murallas potentes y otras edificaciones vedaron su tránsito. ¡Pucha! Qué cruel que es este lugar.

Hay un murmullo animoso en las periferias en contra de las usurpaciones. Cómo se oyen los gritos de unas pocas gentes de ciencia.

Alguien estrangula al reptil –alguien que espera al costado de sus patrones rectilíneos-. Alguien que enciende aros malolientes promueve un ballet de garrotes erectos.

¿A quién cabe criticar esta muerte? Mi abuelo me dijo en sueños que el mbói-hũ acéfalo es inmortal. Me dijo que sus cabezas impalpables son invulnerables. Me dijo que repartiendo porfavores, porsupuestos, gracias y de-nadas se preserva su existencia. Se promueven las generaciones. Supe que el derecho a sus favores nos es cobrado.

Mi abuelo me dijo, antes de ahogarse en su sangre, que nosotros somos sus piojos; ella nos conduce. Y nosotros extendemos el espanto sobre lo que antes se llamaba monte.

Febrero de 2006

jueves, 5 de febrero de 2009

Amistad


Periferia

Y tu animal se pone furioso. Golpea sus cascos contra el suelo cubierto de aserrín de la gran carpa y revuelve vencido sus crines en el aire envuelto en palmas y risotadas que le hacen temblar; enceguecido por un trastornado furor se echa al suelo a relinchar y a patalear; así tumbado, se niega a hacerse el muertito, a ladrar una vez si sí y dos veces si no; no quiere blandir la sombrilla sobre la pelota multicolor, vestido con tutú, y muestra sus peligrosos dientes a pesar de no pasar de un osezno cagado de miedo.

Tu animal se agita, se retuerce, y si examinases con detalle sus ojos te toparías con una mirada entre lacrimosa y hostil, marcada por las vilezas del domador de circo. Tu pobre mono de feria.

No aprendiste bien las piruetas. Pero el Todo, el devenir es más fuerte. Olvidate entonces de ceder a esas nostalgias que te pasman maravillosamente y dejá de sonreír como estúpido, de tener orgasmos mentales cuando hacés esto y aquello como si tal cosa.

Te sale el indio. Lo tenías ahí maniatado y desnudo, todo meado en un rincón. Te sale y te pregunta por un camino, y vos le decís: “Ya no existen los caminos, porque todo camino hoy es uno”. Y el indio llora y te parece que si le emborrachás te va a costar menos trabajo volver a encerrarlo, a enterrarlo. Cómo de atropelladamente tomás y la espuma se te pega a la nariz y la cerveza desciende amarga y pesada por tu garganta como si te diera pataditas.

Tu pobre bárbaro. Tu cara de la nada que tiembla en ese espejo del que quisieras borrar tu reflejo. Y a fuerza de premios te sale la cara del conformista hedónico. Qué grillos más efectivos, qué mejores amarras.

Pero atados o vejados, tu bárbaro y tus bestias enervadas sueltan algún bufido y aguardan el momento oportuno para atacar al castrador, porque es suicida no esperar algo, vos sabés.

El lunes te van a estar esperando para que mancilles tu tiempo, para que reduzcas a tu indio y a tus animales y te digan hombre bien. Ni siquiera hay ganas de coger, porque a quién en su sano juicio le daría ganas de coger en tales circunstancias. A tu amigo Mario pues, que les hace el favor a los trolos[1] cincuentones por algunos billetes, dice que por pura “necesidad”. Muerto del asco dice el pobre, pero cómo se divierte…

 



[1] Trolo: Puto. Homosexual.

Esas canciones

Esos terrores. El archivo absoluto de canciones: Los arrebatos imprecisos que se cuelan por su profesar algo y le exasperan cuando en algún índice, en inglés, en portugués, la furia ígnea tiene algún gemelo hermoso; lo suyo, piensa, no pasa entonces de un deleznable impostor, de una réplica difusa y pueril que merece la hoguera, la desaparición forzosa, porque da la impresión de que todo está solfeado y de que no se requieren trucos cuando el envido está cantado y uno se agüena.[1]

De nada sirve florear sus frases con imágenes ni figuras porque con o sin ellas algún compositor profirió la misma angustia en country o en bossa nova, en polka jahe’o,[2] en alguna novela o en las locuciones que le asquean, piensa. Cuando alguien se sube a la tarima y hace reclamos que ya allá del otro lado de la Historia hace quién sabe cuánto, es la misma canción. Él no quiere tragarse las repeticiones, las infinitas variaciones, porque aprendió que tiene que ser joven, que tiene que ser genio y profesar la originalidad en sus invenciones. La originalidad, ¿es el valor supremo de la creatividad?

Se le ocurre de todo; todos lugares comunes, ronroneos o crujir de triplex bajo el agua. Y la alternativa parece obvia: Crear la impresión de un instrumento imaginario que se ejecuta doblando el espinazo y recitar alguna indefinible jerigonza. Pero ya existe esa canción.



[1] Agüenarse: Abuenarse. En el juego de truco, sumar puntos suficientes para tener una buena, la mitad de los puntos requeridos para ganar el partido.

[2] Polka jahe’o: Variante popular de la polka paraguaya. Jahe’o significa sollozo, se aplica a la música para referirse tanto al modo de cantar como a las letras que por lo general relatan amores frustrados o penurias del hombre del campo. 

Esas literaturas

Todo tejado ennegrecido por la humedad con su cuota de melancolía; un gato arrellanado en el sillón de mimbre del zaguán siempre puede saber a otra evocación afectada. Lo mal que se lo pasa uno cuando llueve: hay como una sonrisa de pícara confabulación en los gestos de la gente: un moverse apesadumbrado o ligero que sabe a dominguillo de cine.

Tales o cuales… ¿por qué serán? Se intuirá que por literatura, que esas hipocondrías son la herencia de las representaciones, de las exageraciones, de las idealizaciones, de las sátiras… No sin música, por supuesto. No sin el acompañamiento eficaz del sonido, como ahora que “so this is goodbye”. 

            El influjo de alguna sucesión de silencios sobre la incólume masa pastosa y pesada. Hoy llueve.

            Pero ayer…

            Ayer las tablas que estaban calientes después de haber absorbido el calor del sol a lo largo del día; ásperas, duras, fibrosas, peligrosas, marrones, negras, rojas, sucias, planas, anchas, torcidas, estrechas, cálidas, áridas, abiertas, para abrazarlas, dóciles, para pegar la cara contra ellas, y darles golpecitos que retumben en el oído, suaves, para besarlas y sentir el sabor y el olor de la madera y de la lluvia, y del polvo y del viento y de los orines; para aspirarlos todos…

            Todo es la misma canción.




“¡Miguel!”. Hacer tronar los dedos con un sordo tric como si se suscitara en mí una desmesurada fuerza capaz de aplastar guijarros… “¡Atendeme-na[1] un poco!”.[2] Hay que girar la perilla blanca hasta sentir que los molares chocan unos contra otros, hasta sentir que las encías se liquidifican, hasta que los dientes se paseen por la lengua; hasta que el zumbido produzca en los oídos un deleitable dolor.

—¡Qué?

—Minguelito, atendeme-na un poco un rato, che papá.

—Miguel es mi nombre, ña Mercedes.

Áina[3], pero yo ningo,[4] como se dice…, así de cariño nomás te digo Minguelito.

—¿Qué pasó?

—Ayer encontré uno tu poesía en el estante de trébol. ¿Quiere ser poeta piko? Tu papá no ha de querer.

—No le vaya que contar…

—No, yo no le iba luego a decirle nada. A mí ko demasiado luego me gusta esa cosa, no entiendo nomás demasiado.

—Si no le contás te voy a escribir una poesía, ña Mercedes.

—¿Enserio piko me decís?

Si uno cierra los ojos, cosas pasan. Cuando uno los tiene abiertos puede leer labios e interpretar lo que quiere decir mamá que está gesticulante delante del estante, junto a papá que mueve la cabeza; pero si uno los cierra, por el espacio que dure el medio parpadeo, hay un momento de soledad.

 

 

 

 

No me gusta. Más antes sí era da gusto, porque era la polleada o sino si-que había la función, y había la gente. Pero eso era más antes, hace mucho ya. Cuando sos chiquilina nomás luego lo que te gusta esa cosa, porque tenés tu candidato, y si no tenés sí-que[5] querés tener y dónde más lo que vas a encontrar por otro lado antes si no es por ahí. O si no en la parroquia o qué. Pero después no querés saber más de farra. Después pues ya estás para otra cosa ya, para cuidarle a tu hijo o para atenderle a tu marido y eso. Ramón una vez me llevó en un boliche, pero ya no me quieeero acordarme más porque después cuando estea[6] sola voy a querer llorar o qué.

[1] Na: Sufijo de modo rogativo. Por favor.

[2] Un poco: Del guaraní mi, accidente del verbo que indica ruego.

[3] Áina: Ay. Pero por favor.

[4] Ningo: Verdaderamente, en verdad.

[5] Sí-que: Del guaraní katu (Ver…).

[6] Estea: Esté.