lunes, 10 de diciembre de 2007

VÝRO CHÚKO





Ahí donde estaba, en el patio trasero de esa miserable casa de tablas ajadas y podridas por la humedad, en medio de ese miserable suburbio de cloacas expuestas y agua de pozo podrida, en esa podrida ciudad de aires miserables y barrios y casas, la moto era un extravagante racimo adornando un entierro indigente. Miguel no tenía con qué pagarla, pero tenía que tenerla, o creía que tenía, o creía quererla, que da igual, aunque quién sabe…

En la casa: Un triste colchón carcomido por unos bichos que no se ven a la luz del sol tendido sobre la red de alambres de una cama elástica que había sido del abuelo; unas destartaladas sillas que ya no toleraban reparación alguna y cuya única mano de pintura verde había sido pasada hacía quién sabe cuánto; la mesa, con el mantel floreado de plástico celeste, deslucido velo de novia, exuberante insignia de esa cara de la nada…, y el arreglo de flores sintéticas en una botella de vidrio, rociadas de polvo, rociadas de silencio estruendoso, rociadas de polvo…; el techo de terniz, miniado de parchesitos de gomas multicolores todavía tenía por dónde, pero ya no importaba…


Música de adefesio

que convierte al mamarracho en estrella,

que presenta la combinación ñembo-estilosa

como eminente “buen gusto”.

Hazmerreír de terraplenes y canchitas,

Precariedad y Abundancia

que se guiñan estrambóticamente

en medio de championes y miserias,

en medio de peinados y hambre,

en medio de podredumbres y flores…

Ridículo, ridículo, ridículo…

En medio de podredumbres y flores…


No importaba que en las noches de lluvia el agua le salpicara la frente pasando por entre las hendiduras que había entre unas y otras tablas –anchas hendiduras-, y se escurriera hacia sus ambas orejas humedeciéndole el sueño; ni siquiera importaba que no tuviera con qué lavarse porque el pozo, cuya vena había dado con una cloaca profunda, había estado esparciendo tan pródigamente sus fétidos hálitos por todo el vecindario que hubo que sofocarlo con tierra; no importaba el acecho de la enfermedad y poco que más la comida.Lo importante, pensaba Miguel, era tener su moto… Y no sólo su moto porque hay que mencionar que se permitía otros “lujos” que despertaban envidia y admiración en grado distributivo entre los muchachos del barrio: Los championes N…, la remera A…, el kepis…, y hasta los anatómicos… Y ese repertorio y esa modulación de voz, torpe plagio a algunos asuncenos jóvenes que tienen la boca como llena de papas.

Ese mediodía, precisamente –se había levantado alrededor de las once, y no trabajaba…- la peluquera le aplicaría los tan anhelados mechones rubios y reflejos que sobre su cara del color de los kambuchi debería ser algo “realmente mágico”. Prótesis blonda para un deficiente de qué. Mechones y reflejos complemento de la apariencia que quería, o creía querer, y que buscaba, aunque quién sabe…




Pasó el mediodía. Mientras estaba en la peluquería, su novia, que trabajaba en la península, le llamó al celular. “Hola, mai darlin… Qué-iko tá haciendo hína? No me tá-pa engañando mba’e allá en Ehpaña?... Yo acá ya me tava quedando kréisi ya porque vó no me llamaba má luego…”. La peluquera, que le sonreía en el espejo, intensificó los masajes en el cuero cabelludo. “Mi pendeja en Ehpaña, olúa… Jeje… Ojalá ogueruka chéve pláta”.Se subió a la moto y cortó el viento, casado con su nueva apariencia que estaba como coronada por los estrafalarios lentes de sol comprados a algún mesitero. Sintió que el viento le besaba, que el viento le acariciaba el cuello, como la gimiente peluquera le había acariciado en el bañito del improvisado salón. Juntó los labios para devolverle el beso a ese viento picarón, hermano ahora de la música de ese artilugio que llevaba colgado del oído, y no pudo evitar contemplarse en el retrovisor de la motocicleta. Se sentía bello, se sentía digno.




Miguel voló, con lentes y todo, y fue a caer chuscamente en el cantero de flores sin flores de una casa cualquiera. Una gorda peliteñida, vestida a lo deportivo, se bajó maldiciendo del M…; pobrecita ella, ¡tenía tanto que hacer!, y ahora ese contratiempo: Llevar a su bichón de pelo rizado al estilista para que le hicieran las uñas; justo hoy que tenía sesión en el spa para su depilación definitiva, y había que encomendar el vestido para el cóctel del fin de semana, y el peinado y los mechones y los reflejos…





La sangre de Miguel no manchó los championes que ahora llevo puestos. No manchó la motocicleta que robé en un descuido del muerto; la moto sobre la cual me miro en el retrovisor para ver mi reflejo hermoso: Yo sí soy hermoso, yo sí corto el viento. Yo sí vuelo...

Damián Cabrera


Saludos, internautas.

Pongo a disposición de los lectores virtuales algunos cuentos y poemas de mi auotría para que los comenten y los disfruten, los digieran o los vomiten.

Atentamente.

Guyrapu.