miércoles, 23 de junio de 2010

WANDERLUST: Hay que salir de la isla. Xiru ombokuru La babosa.


Areguá, 29 de Enero de 1945.





Padre Rosales:




Le escribo esta carta con la más pura resignación de una mujer cristiana y padeciente de cuantos sufrimientos sean posibles, pero con total conciencia de que el acto de denuncia que llevo a cabo contra mi hermana no es más que para su bien y el bien de la iglesia que está deshonrando en la comisión Pro-Templo con el cargo de presidenta que usted mismo le ha conferido.

Debo confesarle, padre, con honda tristeza, que mi pecadora hermana, desde la muerte del señor Salcedo, se dedica a la lasciva lectura de libros pornográficos que tiene de amontones abarrotados en los cajones de su cómoda. Se pasa los días encerrada en su cuarto hojeando esas páginas asquerosas de las que chorrea lujuria. Debo decirle que imagina a los pobladores aregüeños como personajes de esas noveletas compartiendo capítulos con ella. Es probable que usted mismo esté pecando en la mente de esa morbosa pecadora que es mi hermana. Imagínese, todo un ministro de la iglesia pecando en el pensamiento de esa impura.

Además debo decirle, aunque esta confesión me produce mucha vergüenza, que mi hermana ha caído en el muy puerco vicio del alcohol, y se bebe botellas y botellas de licor de anís que esconde en su cuarto, al que me niega acceso. ¡A mí que soy su única hermana!

Es sabido demasiado por todo el pueblo que la muy miserable me tiene a pan y agua desde hace siete años y que me obliga a firmar unos recibos a cambio del poco dinero que me da y con el que tengo que sobrevivir. Ni siquiera me permite ocupar a Pilar, la sirvienta, por lo que tengo que ocuparme del aseo de mi habitación, poniendo en riesgo mi salud, que por mi edad no tiene el vigor de años atrás.

Debería ver cómo se viste, la libidinosa. Parece, y perdone que lo diga, Padre, una de esas mujerzuelas que se pasean por los lupanares oliendo a caña y humeando sus cigarrillos; debe saber, padre que mi hermana también fuma, y eso no es un acto digno de una mujer decente.

Aún tengo para contarle infinidad de cosas de esta mi hermana que demasiado es pecadora, pero no quiero hartarle con estos pecados mortales que seguramente a usted lo deben estar turbando. Me despido de usted esperando que la gracia de Dios Nuestro Señor se derrame sobre Usted en abundancia y que tome pronta acción para separar a mi hermana del cargo de presidenta y colocar a una mujer más cristiana y más pura y consciente de la situación inmoral del resto de la población aregüeña y capaz de sacrificarse para salvar el alma de sus prójimos del fuego del infierno.


Humildemente,



Doña Ángela Gutiérrez

WANDERLUST: Hay que salir de la isla. Xiru ombokuru La babosa.




Areguá, 23 de Febrero de 1945.




Querido Padre:



Te escribo esta carta para contarte todo lo que estoy sufriendo en mi estancia en Aregua y la triste vida matrimonial que llevo.
Hace unas noches, lo pesqué a Ramón visitando la pieza de la catinga de Paulina. Me asquea que después de haberse revolcado con ella tenga ganas de tocarme a mí. Creo que la estancia en el campo le está haciendo daño, se está volviendo cada vez más campesino. Ha cambiado su modo de andar y de vestir, ya no se afeita y se la pasa hablando en guaraní y riéndose con otros campesinos cuyo parecido con Ramón me aterra cada día más.
La noche anterior llegó borracho, como casi todas las noches. Entró a la pieza lanzando injurias contra ti y contra mí. Mientras te cuento esto derramo algunas lágrimas sobre la carta, pero es que anoche Ramón me pegó y armó un escándalo del que todo Aregua se ha enterado, ya que los vecinos tuvieron que acudir a salvarme porque por poco me mata.
Papá, yo pensaba que la estadía de Ramón en la tranquilidad del campo lo ayudaría a escribir la novela de la que tanto habla, pero anoche nos acusaba de culpables de su relegación literaria. Te acusa de miserable por no haberle ayudado a irse a Buenos Aires o haberle dado una casa en Asunción.
Me duele tener que concordar con él, querido padre, pero, creo que Areguá lo está animalizando y que Asunción podría devolverle los modos de hombre de ciudad que ha reemplazado por los del tosco campesino.
Te pido, querido papá, que pienses en el tormento que estoy viviendo en esta casa, lejos de mis amistades y sometida a la violencia y la infidelidad de Ramón. Espero que puedas ayudarme en la brevedad posible y ayudar a Ramón para que vuelva a civilizarse.


Un beso de tu hija que te quiere.



Adela

martes, 15 de junio de 2010

Dar sin recibir (teatro de títeres)


Cristian Toto, actor minguero chae.


Circunstancia A

ALBERTO: Yo mi techo era demasiado bajo y a la siesta era inaguantable.
MIGUEL: Yo mi abuela en el patio.
ALBERTO: Pero ahora…
MIGUEL: Claro, eso más antes.
ALBERTO: Ahora imposible.
MIGUEL: Y sacaba su mosquitero.
ALBERTO: Claro, porque o si no…

(...)


MIGUEL: Yo antes me gustaba el verano.
ALBERTO: ¿Y ahora?
MIGUEL: Ahora ya no.
ALBERTO: Te gusta el invierno entonces…
MIGUEL: No tanto. No me gusta el frío, me hace doler todo el cuerpo.
ALBERTO: A la pinta, qué tea entonces lo que te gusta todo. A vos no te gusta nada luego me parece…
MIGUEL: Claro que sí me gustan muchas cosas.
ALBERTO: ¡Qué lo que te gusta entonces!
(PAUSA)
MIGUEL: Yo mi miedo ahora mismo es quedarme solo.
ALBERTO: Yo mi miedo es que mi hijo pase hambre, y me odie.
MIGUEL: Yo no voy a tener hijos.
ALBERTO: Pero si es lo más natural del mundo.
MIGUEL: Tener hijos es muchas cosas, hermano.
ALBERTO: ¿Cómo sabés?
MIGUEL: No sé. Intuyo nomás.
ALBERTO: Intuís que no vas a tener hijos.
MIGUEL: Yo no intuyo nada… Yo no voy a tener hijos.
ALBERTO: Yo mi miedo es que no tengo trabajo y que mi hijo pase hambre.
MIGUEL: Yo mi miedo es estar solo.
ALBERTO: No tengas miedo, che dúki.



Circunstancia B

Conmiseración

ALBERTO: Yo tenía quince años por ahí. Siempre andaba por la calle, pynandi. Pasaba así por un yuyal y escuché que lloraban los gatitos. Ahí me acerqué a revisar y estaban en una bolsa de arpillera. Les tiraron para que se mueran. Pero no abrí la bolsa. Después más tarde pasé otra vez por el mismo lugar y lloraban todavía. Y casi les iba a soltar pero en vez de eso compré un cebollón y les reventé todito a los pobres michi.
MIGUEL: En la calle más desolada se fríe el cuero de un sapo. Había sido un sapo muy gordo, satisfecho de sí mismo. Pero cruzar la calle implica un riesgo, a pesar de la soledad aparente. Entonces se pensaría en el desamparado sapo, en su sensación de desamparo, aplastado, con sus últimos respiros cutáneos y pulmonares después de haber sido aplastado por el camión, o la bicicleta. Y la calle es de las más desoladas. Pero el sapo no espera auxilio, el sapo respira con apuro, se mueve y se agita como si estuviera siendo comido por una serpiente y todavía, con los últimos pataleos, tuviera la oportunidad de escapar. Pero la ponzoña del camión, o de la moto, lo tiene inmovilizado, inválido para siempre. Él hace el ejercicio cerebral de correr, de salir dando brincos nerviosos, pero los brincos no se producen. Entonces, siempre mentalmente, invierte el doble de esfuerzo. Nada. No pasa nada.
ALBERTO: Nápy febrero kaigue! Qué pila’i que estoy. Domingo ka’aru, ni mbéru no fly. Seca. Ndaipóri mba’eve, to’ólo.
MIGUEL: Un cordón verde, un cordón rosado, un cordón violeta, y un cordón amarillo. Así andaba sacudiéndose el pelo, pero para cuando eso era seguro que se moría. Y uno siempre tiene miedo de que le moje la lluvia. A veces las cigarras se ponen a sisear al unísono y parece que conciertan el siseo para uno, pero hay que ver lo ombligo que uno se siente a veces. A veces me pongo a imitar el siseo de las cigarras, como si ese lenguaje me doblegara o como si buscara respuestas. Pero ella no. Un cordón verde, un cordón rosado, un cordón violeta, y un cordón amarillo, y la muerte agazapada detrás de sus párpados, en algún tumor oculto e inextirpable. Pero ella como si nada, invulnerable, muriéndose desde adentro pero totalmente loca, la diva queer sambando en el mercado de abasto, en el parque chino, saciando las hambres de hombres casados y aburridos, de futboleros y señoras solitarias, y ni para los remedios.
ALBERTO: “Si me falta el amor… No me sirve de nada… Si me falta el amor… nada soy…” Qué calidad que ya son algunas músicas de la iglesia. “Todos unidos, formando un solo cuerpo”…
MIGUEL: Yo puedo ayudarte, Alberto. Y… quiero ayudarte, chera’a.
ALBERTO: Yo ngo no tengo cómo pagarte, mi socio.
MIGUEL: No hace falta que me pagues. Nosotros ko somos amigos. Si vos estás bien yo estoy bien, hermano. Y vos ahora no estás bien y así no pega nada.
ALBERTO: Yo te prometo que te voy a pagar, chera’a, apenas pueda nomás. Si querés hasta de doy una garantía.
MIGUEL: No hace falta que me des… nada.
ALBERTO: Siento un poco de vergüenza katu.
MIGUEL: Para qué.
ALBERTO: Así me voy a creer demasiado ya yo.
MIGUEL: Por qué gua’u.
ALBERTO: A la pinta, si seguís haciéndome favores así voy a querer tomarme confianzas, jeje.
MIGUEL: Seguí soñando, iluso.


Circunstancia E

ALBERTO: (Aplaude. Aparece Lita.) Señora, me mandó decir Miguel que quería que le revise su luz.
LITA: Sí. Pasá nomás.
ALBERTO: Permiso.
LITA: No sé cuál lo que es el problema, viene y se va la luz, viene y se va. Revisame un poco (CORO: a mí) para que (CORO: yo) funcione bien.
ALBERTO: (Se sube a una silla y empieza a revisar el cablerío. Las luces se encienden y apagan. Ruidos eléctricos. El cablerío desciende, multicolor, y es la música.)
LITA: He aquí las instrucciones para disecar un caballo, Alberto, bien potro, he aquí el procedimiento más acertado, de cuclillas, con la espalda al aire, he aquí, un equino muerto, he aquí, el arte que nos congrega, aunque, atendeme, he aquí, de cuclillas, el caballo, y el procedimiento, el caballo que he de pelar bien pelado, y la carne se hizo verbo, el mensaje, el arte, ya vas a entender, he aquí, con la cola afuera, es medio complicado a los cuarenta y cinco, a los cincuenta y reumatismo y arterioesclerosis, pero con el caballo disecado, tripas afuera, Albertito, tus tripas afuera, tus embestidas demasiado tiernas para mi gusto, un destino, que no llegue, que llegues; para qué ponerse en ese plan, para qué equivocarse así, de todos modos en consecuencia de cómo no queda otra, así de simplemente entonces, he aquí el HORSE, para que luego así de tan como sea que ni tanto, y sin embargo muy, verruga extirpada, quiste sangrante, amputado por la fornicación, fruto de mis entrañas, kavaju nonato, abortado, mis tripas al aire, y mi cola, mi espalda, mis pechos, atendeme, he aquí el cavalo de fogo, la carne que mi boca articula, la carne que verbalizo, y vos de entenderme acabás, muy enormemente grande, como un cirujano inexperto. (Para la música).
ALBERTO: ¿Qué pasó, señora?
LITA: Nada, yo no dije nada.
ALBERTO: Qué mal que escuché entonces.
LITA: Sí, escuchaste mal.
ALBERTO: Ya está ya.
LITA: Ay, qué suerte.
ALBERTO: Puedo hacer algo más por usted, ¿señora?
LITA: No, nada. Gracias.
ALBERTO: Qué calor.
LITA: Sí, verdad. ¿Tenés sed?
ALBERTO: Sí, tengo.


Circunstancia F

MIGUEL: Hay una cultura que es más feliz. Una cultura de monjes que exploran el vacío, y una vez que el ejercicio resulta, son plenos. Qué ironía. Hay una cultura en la que Dios no interviene, en la que no se piensa a Dios, y por lo tanto reina la paz entre todos los hermanos, o al menos la paz prima. Hay una cultura en la que las personas no se ven sino como objetos, y por lo tanto se respetan; el otro no es más que la posibilidad concupiscente, el otro no es más que una cosa, una paja. No existe el amor, al menos no como lo concebimos nosotros. Hay una cultura donde el amor es otra cosa, es reírse de todo. Para nosotros el amor es llorar. Hay una cultura en la que no se come carne. Hay una cultura en la que las celebraciones duran años. Hay una cultura. Hay una cultura por la que yo voy caminando, libre del capitalismo, libre de querer poseer las cosas, libre del engaño de poseer algo, desposeído, jaja. Hay una cultura por la que yo voy volando, con las mismas ganas de tocar algo, qué sé yo, el borde de una nalga, sin necesitar ser su propietario. Hay una cultura por la cual yo voy, qué sé yo, cantando, y dando, dando, dando, y recibiendo y recibiendo. Pero yo siempre, siempre, siempre doy. Y nunca recibo. Pero nosotros somos al revés. En vez de buscar la vacuidad, buscamos llenarnos de cosas, de personas, de ansiolíticos, de placeres, y nunca nos llenamos porque nuestros buches no tienen llenadero. Yo siempre doy, y nunca recibo. Aunque, es cierto, a veces sólo recibo, y no doy. Por fin entiendo la metáfora de Henry Ford, es lo que hay.





SEGUNDO PERÍODO

Circunstancia B


MIGUEL: Para que la moto me inspire dar la otra mejilla, para que los hipos mojados de una culpa-lástima, en tanto que por medio de determinado rencor cristiano se desdibuje mi misericordia, que en consecuencia es la suma de los salvo que, salvo que en definitiva los animales no posean alma, pero la doctrina de los santos es parvularia y heme aquí trazando los parámetros para que, siempre que la ficción no incida, ni la pasión, pueda salmodiar mientras regalo la otra mejilla, el mentón y la nariz, para darme de cuatro con la escopeta del militar encañonando mi boca temblorosa, oh milico de pie frente a mí, tan poderoso, o excelentísimo, o domador de los débiles, títere en fin, pero qué más da, por este lado de la acera las lluvias son más tormentosas, de manera que al final habrás de mojarte con los meadas del cielo que no es otra cosa que el escenario, Eustaquio, que no es más que fotograma, imagen digitalizada susceptible de photoshop de esto que intuyo teológico pero que no supera la vulgar ontología, somos todos perros al fin y al cabo, pero más perro yo, más de tantas cuestiones excluido. La moto pasa raudamente, no pasan los motociclistas, que montados a la máquina se convierten en andorides, los cyborgs del valle, de la villa, del barrio que se regalan existencia, que se dotan de visibilidad matando perros por las calles, dilacerando sus cabezas con sus armas de contrabando. Matame, Eustaquio, matame. Reventame el cielo de la boca con tu fuego pétreo, devolveme no sé qué, torname susceptible de lástima para que alguien me llore, para que los medios me retraten exageradamente, un episodio más del imparable fenómeno de la violencia, haceme espejo de esa cotidianeidad cada vez más visible con su desmi(s)tificado misterio, el desierto y el laberinto que se funden para hacerme desaparecer. De lo contrario, siempre, por qué no, por un instante al menos, quién te niega el derecho, ponete del lado de mi miseria, que te duela por donde me meten, para que no te metan por donde nos duele a todos, compa-ñero cañero, hermano del alma, conmiserate, ch’amigo, no me des la espalda, que no es otra cosa que otra mejilla, la peor de todas. No me pretendas impune de estas emotividades, que yo también te com-padezco, me dolés muy en el fondo, Eustaquio, pero es buena señal que me duelas adentro, señal de que siento, de que te siento muy allaité, compái, donde un perro mugriento y roñoso te lame las heridas, te lame todito luego.



Circunstancia D


(Sigue la música de Sonia.)

ALBERTO: Che ja’aháma, che áma.
LITA: Terehóma chéve upéicharö. Aníke rejujey che inchávo. Ko’ápe jananderendavéima.
ALBERTO: Anichéne ajujey.
LITA: Néima upéicharö.
ALBERTO: Rombyasy katu...
LITA: Ndaipotaietépa chembyasy. NaikotevëiETEvoi ne ñembyasy, che karai.
ALBERTO: Anína reñembotavýti, che rréina.
LITA: Ndachetavýi. Pero animal jepe ogusta jatrata porä ramo.
ALBERTO: Ha nde piko animal mba’e?
LITA: Nde katu la animal, nde jagua puérko reikóva, nderejuhuichéne cheichagua mamove, rentendépa?
ALBERTO: Jagua arriéro ko ohohápente ovy’a.
LITA: Terehóma chéve upéicharo reheka nderuparä.
ALBERTO: Jajodespedi poräna, che reindy, ndovaléiko upéicha japoi ojoehegui.
LITA: Kuréntepeko peteïchante imongaruha inupahä ndive.
ALBERTO: Nde katu reikuaáta…
MIGUEL: Kuarahy, mboriahu poncho.
ALBERTO: Mboriahu, ñandejára verrenke rupa.
(Pausa)
ALBERTO: Ñanemboriahumíramo jepéko… jareko katuete ja’uarä oñondive... (Pausa) Ajépa, Miguel…
MIGUEL: HËE.


Circunstancia E

CORO: Pito, pito, colorito, dónde vas tu tan bonito, pin, pon, fuera, era ña María Kasö kartéra ha opyta omano ikéra, ha’uhápe mbokaja, cheikaräi mbarakaja, chesalva che rovaja.

ALBERTO: Pobrecito angá, es la señal cifrada, que te atraviesa, te parte en dos y te rocía sangre sobre la voluntad, sobre tu ánimo. Aichejáranga, la osamenta, che dúo, aichejárangana. Chúlina, la osamenta, apuchúlina las pirañitas que se prenden de cada uno de tus bolsillos, que te pelan, nemoperö. Te descascaran para revestirte de mba’émbo. Pobre angá el asaltante, el secuestrador, tan moderno que sos. Pero indio xenófobo que arco y flecha en mano contra un racismo al revés, chuleado por la violencia religiosa y con la diglosia puesta al servicio de las polillas de una mala conciencia que proponen los críticos mba’émbo para evitar la caridad, tan cara a nuestros afectos, vicio atribuido al Cristo jesuítico de madera, los dioses sufrientes y flagelados, la Virgen María, diosa mujer, oprimida y libertaria, mamita. Una madre de López, asesina y libertaria, que por poco muere de la mano de su propio huevo, un tirano fratricida y la síndrome de Estocolmo los empujaron al borde de quién sabe qué desgracias. Miguel, Miguelito, mi cuate, no seas egoísta, la aureola de la lástima me sienta bien a mí, ch’amigo, pero a vos, pobre angá, ¿y a vos, Miguel? Te queda grande.

CORO: Pasará, pasará, el último akächara. Pasará, pasará, el último akächara.

MIGUEL: No pasará nada hasta que no me llames sollozando. No sino hasta que vibre en mi oído lo que quiero escuchar. Ni abrazaré orden alguna, ni me dormiré como feto en vientre ajeno.

CORO: Pasará, pasará, el último akächara. Pasará, pasará, el último akächara. PASARÁ, PASARÁ, EL ÚLTIMO AKÄCHARA.

(Se apagan las luces).



(...)