martes, 6 de julio de 2010

WANDERLUST: La parte de los avipones

Los faroles de los autos las alumbraban y los conductores sacaban las cabezas por las ventanillas para saludar los nacimientos con semblantes que pasaban por el reproche, la resignación, la burla; luego el sol iba tiñendo lentamente las murallas: murallas de escuelas iban incorporando el amarillo; murallas de casas descubrían otras formas, además del musgo, impresas, cuando amanecía; murallas de estacionamientos reflejando la luz que encandila y desdibujando los contornos con el centelleo. Estarse quieto, no moverse. La yuyera se detiene a observar el dibujo y luego se aleja con una sonrisa pícara. Sentarse y estarse quieto, serenado, inmóvil, patética y enternecedoramente ahí nomás, ahí donde se está para ver mejor porque ahí se ve bien, antes de que los funcionarios de la municipalidad vengan con su ejército de rodillos y pintura blanca. Dos enamorados se detienen a observar el dibujo y se alejan con una fotografía pícara. Enjuagarse la frente con rabia y empapar los cabellos grises, enjuagar los lentes y secarse el cuello con un pañuelo. La vena pulsa con rabia e irriga los capilares entumecidos hasta el ardor. El cuero cabelludo pica y falta aire. Una señora se detiene a observar el dibujo y se aleja con un hipo pícaro. Llegan los funcionarios con los rodillos y la lata de pintura. Mirarse, mirar, sentarse a tomar tereré, que nadie nos ve y podemos ser sin la luz opresora de los ojos grandes, ch'amigo. Los dos funcionarios se detienen a mirar el dibujo y se alejan con transigencia pícara.
PARECE MÁS UN JUEGO.
Por la mañana, el mismo rito de detenerse a mirar y seguir con las vidas. Antes de que termine el día, las paredes blancas, espléndidamente blancas. Por las noches, la espera agazapada (para algunos, como la espera del periódico; para otros, la visita del amante). Por las mañanas, sobre la todavía húmeda pintura blanca, nuevas formas vivas imponiéndose; y por debajo de la pintura blanca, formas ectoplásmicas, los fantasmas de los diseños asesinados tenían una historia como de sombras, detrás de un espeso tul.




En algunos lugares, pasan veinticuatro horas entre un nacimiento y otro, con tanta periodicidad, con tanta visibilidad, que a veces la gente se acostumbra, sigue con sus vidas.

WANDERLUST: La parte de los avipones

22 de enero de 2010
Anónimo
Descubrí a un avipón junto a mi muralla esta madrugada. Yo llegaba de una fiesta y lo encontré abriendo su mochila. Al principio tuve el impulso de salir corriendo, pensé que quizás podría estar armado y temí lo peor. Pero fue al revés. Tomó una aerosol y un papel doblado de su mochila y los bajó junto a mi portón, después se alejó trotando despacio y mirando hacia mí repetidamente. Adivinen... En el papel había un dibujo y un poema. Me sentí como un estúpido, pero empecé a garabatear mi muralla con el aerosol. Estaba borracho, y me parecía hermoso, pero a la mañana siguiente era más bien un desastre... Mis viejos se pusieron como locos, y yo también me quejé un poco para disimular. Esta noche voy a salir a dar una vuelta por ahí, no se asusten si les hago una visita, jejeje.

WANDERLUST: La parte de los avipones

PERO ESTÁ EL OTRO. No hay que llamarle por su nombre. La palabra evoca, y en guaraní, ciertas palabras son demasiado evocadoras, no se dicen, existen, pero se callan. Cuando dicen “I love you” es como decir hola, incluso cuando alguien que no habla inglés lo raya en el pupitre, lo grafitea en una muralla o lo talla en un árbol: Es volátil. No se dice “rohayhu”, no con esa facilidad, es complicado explicar por qué, pero su pronunciación sobrepasa el pudor a lo cursi. No se lo nombra a él tampoco, la perífrasis es necesaria. Karai pyhare, mejor, o decir ése, aquél, lo otro. No se lo nombra porque nombrándolo se lo llama, o se evoca su imagen que en sí ya es demasiada aterrorización. Él no nos contagia el virus de ser él, no podemos ser él, podemos acercárnosle, inclusive, entablar cierta forma de amistad con él, que nunca es plena. Hacerle regalos puede implicar que él nos haga favores, pero una vez que los regalos cesan, es la ira. No lo vemos cabalmente, pero lo presentimos, e intuimos que es feo. Él está ahí.

La carreta cayó al río y mi bisabuela clamó por su ayuda. Éste la arrancó de las aguas y la arrojó a la orilla. Desde entonces, ella le donaba los regalos usuales. Y exigía que se lo respetara.

Pero también se le han atribuido crímenes. Muchas mujeres han relatado brutales violaciones que resultaron en embarazos, en su mayoría abortados; pero se le conocen hijos. “Ivaive pomberora'yfotokópia sédulagui”. Se ha sabido de hombres que recibieron golpizas, encomendadas por algún rival.

He conocido a una señor que solía presentar marcas de golpes en todo el cuerpo. “El pombéro me pegó”, me decía.

¿Pero quién es el pombéro? ¿Es un ser fantástico, un duende omnipresente que vaga por los poblados paraguayos? ¿Es una especie homínida desconocida? ¿Es una etnia ignorada que se refugia en los remanentes de montes junto a los poblados campesinos y en los baldíos de los suburbios? ¿Es el enemigo?

Y ESTÁS VOS.

WANDERLUST: La parte de los avipones

El ladrillo está allí, solo, indefenso. Verde, pequeñito, no es nada, no pasa de un trozo de barro cocido, inofensivo; pero la suma de los ladrillos, el cemento y la altura, entonces es el peligro, entonces se revela su potencial peligroso. Toda muralla es un disparo de escopeta, estoy seguro de ello, es un balazo; a menos que sea un mural, que es como neutralizar la muralla; a menos que se la derribe, que es como un balazo, pero al revés: Revolucionario.

El demoledor, ¡eso era! Mañana a las doce, sí o sí. Y volveré inflamado katuete.

Por la ventana de mi pieza no se ve mucho: Habrá que dar una vuelta por la plaza para verlas imperativas; y puesto que la claustrofobia, y dado el buen comportamiento de la ciudadanía, habrá que intervenir, habrá que provocar un sacudón, por no que el hábito nos acostumbre, o que la costumbre nos habitúe. Mañana, después de obedecer, después de cooperar y las calenturas, voy a inquirir en algo que me inflame katuete.

Hay que verlas blancas, espléndidamente blancas. Me paro en medio de la avenida, en medio del zumbido de motores y luces de la hora pico, y las veo levantadas en torno mío: Murallas. Excluyen, separan, decantan. Se cierran hacia fuera, se imponen sobre la libertad. Más que privación de la vista del otro, implican negación de la visión del otro, negación del otro.

Y ahí veo a los griegos, orgullosos de ser civilizados, de que sus murallas los separasen de los bárbaros. Y se trasluce la ideología de las murallas, lo que han sido a lo largo de la Historia. Lo que está dentro de su circuito nos es privado: El ser, lo bueno, lo seguro, lo bello. ¿Y qué queda afuera?: La barbarie, el no-ser, la violencia, lo feo. Imposición de estatus e intimidad. Ojos que no ven, corazón que no siente es un lugar demasiado común para nuestro gusto.

Lo de mañana será algo sencillo, nada complicado; algo que sirva de práctica y a la vez de iniciación. He empezado con las pedradas para infundirme arrojo, y hasta me he instruido en lo que respecta a la fabricación de bombas caseras, pero intuyo que lo mío va por otro camino. Voy a hacer un grafitti, bastará con una paloma de la paz o alguna boludez como esa, qué sé yo.

Estoy lejos de dar la otra mejilla. Los ladrillos se atiborran en mi boca y los dientes me duelen terriblemente. La masa húmeda de cemento asoma por mi boca, mis cachetes hinchados, mis ojos rojos. Me resulta imperioso retrucar. Pero sin tradición de violencia -con aquellas violencias épicas distorsionadas o proscriptas-, con el concepto de violencia remitido a lo doméstico, a lo delictivo, me propongo recrear la violencia para que hable por lo que creo. Pero no estoy seguro de lo que quiero, los cuestionamientos me atraviesan, porque soy joven y tengo miedo de equivocarme, tengo miedo de que mis contemporáneos me cuestionen, que la historia me cuestione, militante trivial de quién sabe qué. En particular, me perturba eso de pensarme con lástima, de pensar mi dolor como un dolor distinto, casi ennoblecedor. Por eso milito en el anonimato, aunque eso no determina nada. ¿Habría sido más digno militar en el anonimato asqueado por el narcisismo? No importa. Lo cierto es que visibles o invisibles los demoledores están por ahí, agazapados, entablando sus luchas en la intimidad en nombre de un... ¿bien mayor? A estas alturas, más de lo que pueda pensarse de mí, me preocupa lo que pienso yo de todo esto, ahora que he leído tanto y me he vuelto tan escéptico. No sé de dónde tanta rabia, pero sé que debería ser una rabia funcional.