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En eso de que soy un mentiroso hay
mucho de chisme. Estiro el dedo índice y escarbo con apuro; araño corazas que mugen
espantadas y trepidan ante la cosquilla del índice; y me voy yendo conmigo
mismo de mí. Esas imposibilidades que fuerza mi tedio..., esas literaturas; tan
vicio de astronauta, lo sé, pero viajo, me mezo en esa hamaca de hilvanes
tenues, esa bocanada de humo que se desvanece cuando mamá me llama para tomar
teté. “Ya me voy ya”. Pero esperá que ahora estoy sentado en la tierra roja y
aprieto fuerte los ojos contra mis rodillas. No tardan en aparecer las
luciérnagas, no tardan en imprimirse y estallar en el culo de otra luciérnaga
sideral; y me aprieto los ojos hasta ver estrellitas. Y las estrellas producen
un débil tintineo al chocar unas contra otras, un tintineo agudo, como el de
las cajitas de música; la cajita de música rota todavía chilla en mi mano, se
le habría perdido a alguien y yo la rescaté del fuego en el basurero lleno de
vidrios rotos de todos los colores que también tintineaban cuando uno los
pisaba; la cajita se me perdió en aquella casa de machimbres viejos. No sé por
qué me pegaron, no sé por qué lloro si no me duele. De pronto las formas que la
humedad dibuja en la pared se desfiguran, figuran algo; me detengo sobre ellas
y miro inmóvil: Una mosca. Estoy sentado en la letrina y esa mosca ha brotado
allí y no se mueve. “¿Ya hiciste tu tarea? Mirá que la profesora me dijo que
vos andás muy desatento en la clase, señorito. Cuidadito con aplazarte. Mirá
que tu papá te va a corregir si andás fayuteando”.
Seguramente. Pero ahora es domingo, es domingo de tarde y
mañana es lunes.
Cerrar los ojos para entrever cualquier otra cosa y
saborearla con delicia; meter el dedo en el agujerito y escarbar con la uña,
desgarrar las orillas para que el aluvión se desborde y nos refresque la cara,
nos limpie de tanta polvareda reunida y cristalizada en nuestras caras, aunque
sea en ese viaje; porque de la lluvia, ch’amigo, nadita de nada. Por ejemplo, mientras César
está aquí a mi lado, me pregunto si..., y basta con eso para vivir del otro
lado por un instante. Al volver, qué sé yo, alegrías, esperanzas, pero por lo
general despecho, desasosiego, pichaduras.
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entre,
como si fuera en un auto, y acelere
su
novela está toda hecha de tierra roja rhodic
kandiudox
un
terraplén arcillosa
una
camioneta viene en su dirección de origen basáltico
el
polvo
se
adhiere a los dientes
si
se moja gotea rojo / sangra
se
mete por todas partes, todos los agujeros
mancha
abra
los ojos; y la boca
no
cierre la ventanilla
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7
Entonces, hubo que buscar ornamentos para aquello deshecho.
El peso del calor, el insoportable peso del cuerpo húmedo de sudor. La piel
salobre de César resaltaba los visos de los pelillos de sus piernas sobre las
que Miguel tenía fijos los ojos.
―Si por lo menos había algo para hacer…
El destartalado ventilador les aturdía con sus chirridos.
César estaba cayéndose de sueño, aburridísimo y Miguel barajaba los naipes. Le
frotó una pierna.
―Mirá un poco, estás
todo sudado.
―Y ese tu ventilador
lo que no anda.
―Si por lo menos
había algo para hacer…
(Sí, la piel
salobre…) Porque qué del partidito sobre el empedrado, ni qué palo cruzado. Ni
baldíos. Todo amurallado.
―Si por lo menos había algo para hacer…
Al atardecer solían sentarse a la vera
de la calle a lanzar piropos a las chicas que pasaban, y cuando caía la noche jugaban
a las escondidas entre los latones de basura y los ligustros, en la calle. Se
sentaban a tomar tereré hasta entrada la noche, narrando casos que les empezaban a aburrir un poco.
A veces se metían a algún remanente de monte, para fumar a
escondidas sus primeros cigarrillos; pero pronto el pucho encontró aquiescencia
en el deambular callejero. La noche, su casa segura, su pido, su tambo…
―Algún día te voy a llevar al depósito para mostrarte el
nicho de Antonio.
―¿Enserio?
―Sí.
―Qué calidad.
(Si por lo menos hubiera otra cosa…)
9
―¿Quién pio lo que
llora? ¿Ustedes no escuchan?
―Sí, yo hace rato ya
que escuché pero pensé que era un perrito o qué.
―¿Quién está ahí,
María.
―É a Julia. Ontem eu levei
ela pra farmácia e a moça falou que se a dor não parasse eu tinha que levar ela
pro hospital porque pode ser que ela tenha um probrema do coração. Mas, como
que eu vou levar ela pro hospital? Eu não tenho dinhero pra levar ela pro
hospital, e eu nem sei como ir pra lá. Eu sou burra, burra mesmo. Minha cabeça
e que nem a cabeça duma criança de cinco anos. Se a minha filha ficar doente
ela morre por minha culpa. Eu não vou me perdoar se isso acontecer. Eu sou
burra. Eu não posso ir nem pro centro que eu já me perco. A minha cabeça e que
nem a cabeça duma criança de cinco anos. Eu tenho esse probrema por causa que
um cachorro me mordeu na cabeça quando eu era bem pequena e daí que eu fiquei
assim. Eu não sei que é que eu vou fazer. O irmão dela falou que ia levar ela
pra Foz pra ver se lá eles não cuidavam dela mais nem telefone eu tenho dele.
Se a minha filha morrer eu morro. Eu não quero mais viver! Eu não quero mais viver!
Eu pra mim ela é tudo, que mais que eu vou querer da vida se a minha filha
morrer? Eu sou burra, sou burra. Minha cabeça é que nem a cabeça duma criança
de cinco anos, por causa que um cachorro me mordeu na cabeça quando eu era bem
pequena.
15
“¡Miguel!”. Hacer
tronar los dedos con un sordo tric como si se suscitara en mí una desmesurada
fuerza capaz de aplastar guijarros. “¡Atendeme-na un poco!”. Hay que girar la
perilla blanca hasta sentir que los molares chocan unos contra otros, hasta
sentir que las encías se liquidifican, hasta que los dientes se paseen por la
lengua; hasta que el zumbido produzca en los oídos un deleitable dolor.
—¡Qué?
—Minguelito,
atendeme-na un poco un rato, che papá.
—Miguel es mi nombre,
ña Mercedes.
—Áina, pero yo ningo,
cómo se dice…, así de cariño nomás te digo Minguelito.
—¿Qué pasó?
—Ayer encontré uno tu
poesía en el estante de trébol. ¿Quiere ser poeta piko? Tu papá no ha de
querer.
—No le vaya que
contar…
—No, yo no le iba
luego a decirle nada. A mí ko demasiado luego me gusta esa cosa, no entiendo
nomás demasiado.
—Si no le contás te
voy a escribir una poesía, ña Mercedes.
—¿Enserio piko me
decís?
Si uno cierra los
ojos, cosas pasan. Cuando uno los tiene abiertos puede leer labios e
interpretar lo que quiere decir mamá que está gesticulante junto al armario,
junto a papá que mueve la cabeza; pero si uno los cierra, por el espacio que
dure el medio parpadeo, hay un momento de soledad.
25
―Yo te traje algo.
―¿Algo de comer?
―¡No…! Un
cortometraje es, canadiense, bueno es.
Sentado y reticente:
Las desganas son primero. La piel y los cabellos grasientos y sus cavilaciones
en el sillón de terciopelo cuando un clic dice que sí aunque diga que no. Un gallo siendo desplumado escupe una redonda
gota de sangre; una delicia robada del gallinero del vecino que mañana por la
mañana escupirá quién sabe qué improperios, pero qué importa si lo que importa
es ablandar la carne de ese gallo, como yo ablando con un tenedor mi existir,
todos los días -caramba, si también podemos con esos humores-. “Cómo se le
ponen las alas a un ángel”. Alitas de gallo, alitas de gallina casera, alitas
de pollo al horno, alitas de pollito que son bien tiernas aunque no tengan
mucha carne; se derriten en la boca con ayuda de los dientes, a la parrilla, al
espiedo: ¡Qué hambre!
―Dura unos pocos
minutos. Atendé.
―Estoy viendo…
―tratando de ver la pared a través de la pantalla donde hay una puerta que da a
un patio extensísimo por el que cacarean y cacarean… ―¿Por qué te gusta tanto
la película?
―Porque me aterra.
―Pero no es de terror
el corto. Es medio negro, no sé qué es.
―Me espanta.
―¿Y por eso lo ves?
¿Porque te espanta?
Si uno tuviera alas
para volar… Porque las gallinas no vuelan, son pesadas y feas y deformes. Si
uno pudiera volar se elevaría lentamente para dejarse mirar por la gente de
abajo, en sus casas, y ver las cosas desde otra perspectiva, desde arriba, como
se siente a veces que le miran a uno.
Y ésta que no trajo
la película de casualidad. Quiere que le ponga las alas del ángel en la
espalda, quiere contraerse contra mi pecho, arrullarse entre mis piernas
mientras yo la desplumo.
Ah, si uno pudiera
volar para escaparse del gallinero.
―¡Hija de mil! ¡Tocá
un poco mi corazón!
Alas. Alas a la imaginación, alas al corazón, la chica
quiere volar, Alas Clarín. ¡Qué corazón más
diminuto! Con razón las gallinas no se enamoran.
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