xiru






1



         En eso de que soy un mentiroso hay mucho de chisme. Estiro el dedo índice y escarbo con apuro; araño corazas que mugen espantadas y trepidan ante la cosquilla del índice; y me voy yendo conmigo mismo de mí. Esas imposibilidades que fuerza mi tedio..., esas literaturas; tan vicio de astronauta, lo sé, pero viajo, me mezo en esa hamaca de hilvanes tenues, esa bocanada de humo que se desvanece cuando mamá me llama para tomar teté. “Ya me voy ya”. Pero esperá que ahora estoy sentado en la tierra roja y aprieto fuerte los ojos contra mis rodillas. No tardan en aparecer las luciérnagas, no tardan en imprimirse y estallar en el culo de otra luciérnaga sideral; y me aprieto los ojos hasta ver estrellitas. Y las estrellas producen un débil tintineo al chocar unas contra otras, un tintineo agudo, como el de las cajitas de música; la cajita de música rota todavía chilla en mi mano, se le habría perdido a alguien y yo la rescaté del fuego en el basurero lleno de vidrios rotos de todos los colores que también tintineaban cuando uno los pisaba; la cajita se me perdió en aquella casa de machimbres viejos. No sé por qué me pegaron, no sé por qué lloro si no me duele. De pronto las formas que la humedad dibuja en la pared se desfiguran, figuran algo; me detengo sobre ellas y miro inmóvil: Una mosca. Estoy sentado en la letrina y esa mosca ha brotado allí y no se mueve. “¿Ya hiciste tu tarea? Mirá que la profesora me dijo que vos andás muy desatento en la clase, señorito. Cuidadito con aplazarte. Mirá que tu papá te va a corregir si andás fayuteando”.
             Seguramente. Pero ahora es domingo, es domingo de tarde y mañana es lunes.
         Cerrar los ojos para entrever cualquier otra cosa y saborearla con delicia; meter el dedo en el agujerito y escarbar con la uña, desgarrar las orillas para que el aluvión se desborde y nos refresque la cara, nos limpie de tanta polvareda reunida y cristalizada en nuestras caras, aunque sea en ese viaje; porque de la lluvia, chamigo, nadita de nada. Por ejemplo, mientras César está aquí a mi lado, me pregunto si..., y basta con eso para vivir del otro lado por un instante. Al volver, qué sé yo, alegrías, esperanzas, pero por lo general despecho, desasosiego, pichaduras.




____________________________

entre, como si fuera en un auto, y acelere
su novela está toda hecha de tierra roja            rhodic kandiudox
un terraplén                                           arcillosa
una camioneta viene en su dirección                de origen basáltico
el polvo
se adhiere a los dientes
si se moja gotea rojo / sangra
se mete por todas partes, todos los agujeros
mancha
abra los ojos; y la boca
no cierre la ventanilla

_________________________



7



         Entonces, hubo que buscar ornamentos para aquello deshecho. El peso del calor, el insoportable peso del cuerpo húmedo de sudor. La piel salobre de César resaltaba los visos de los pelillos de sus piernas sobre las que Miguel tenía fijos los ojos.
         ―Si por lo menos había algo para hacer…
         El destartalado ventilador les aturdía con sus chirridos. César estaba cayéndose de sueño, aburridísimo y Miguel barajaba los naipes. Le frotó una pierna.
―Mirá un poco, estás todo sudado.
―Y ese tu ventilador lo que no anda.
―Si por lo menos había algo para hacer…
(Sí, la piel salobre…) Porque qué del partidito sobre el empedrado, ni qué palo cruzado. Ni baldíos. Todo amurallado.
         ―Si por lo menos había algo para hacer…
         Al atardecer solían sentarse a la vera de la calle a lanzar piropos a las chicas que pasaban, y cuando caía la noche jugaban a las escondidas entre los latones de basura y los ligustros, en la calle. Se sentaban a tomar tereré hasta entrada la noche, narrando casos que les empezaban a aburrir un poco.
         A veces se metían a algún remanente de monte, para fumar a escondidas sus primeros cigarrillos; pero pronto el pucho encontró aquiescencia en el deambular callejero. La noche, su casa segura, su pido, su tambo…
         ―Algún día te voy a llevar al depósito para mostrarte el nicho de Antonio.
         ―¿Enserio?
         ―Sí.
         ―Qué calidad.




         (Si por lo menos hubiera otra cosa…)




9



―¿Quién pio lo que llora? ¿Ustedes no escuchan?
―Sí, yo hace rato ya que escuché pero pensé que era un perrito o qué.
―¿Quién está ahí, María.
―É a Julia. Ontem eu levei ela pra farmácia e a moça falou que se a dor não parasse eu tinha que levar ela pro hospital porque pode ser que ela tenha um probrema do coração. Mas, como que eu vou levar ela pro hospital? Eu não tenho dinhero pra levar ela pro hospital, e eu nem sei como ir pra lá. Eu sou burra, burra mesmo. Minha cabeça e que nem a cabeça duma criança de cinco anos. Se a minha filha ficar doente ela morre por minha culpa. Eu não vou me perdoar se isso acontecer. Eu sou burra. Eu não posso ir nem pro centro que eu já me perco. A minha cabeça e que nem a cabeça duma criança de cinco anos. Eu tenho esse probrema por causa que um cachorro me mordeu na cabeça quando eu era bem pequena e daí que eu fiquei assim. Eu não sei que é que eu vou fazer. O irmão dela falou que ia levar ela pra Foz pra ver se lá eles não cuidavam dela mais nem telefone eu tenho dele. Se a minha filha morrer eu morro. Eu não quero mais viver! Eu não quero mais viver! Eu pra mim ela é tudo, que mais que eu vou querer da vida se a minha filha morrer? Eu sou burra, sou burra. Minha cabeça é que nem a cabeça duma criança de cinco anos, por causa que um cachorro me mordeu na cabeça quando eu era bem pequena.




15



“¡Miguel!”. Hacer tronar los dedos con un sordo tric como si se suscitara en mí una desmesurada fuerza capaz de aplastar guijarros. “¡Atendeme-na un poco!”. Hay que girar la perilla blanca hasta sentir que los molares chocan unos contra otros, hasta sentir que las encías se liquidifican, hasta que los dientes se paseen por la lengua; hasta que el zumbido produzca en los oídos un deleitable dolor.
—¡Qué?
—Minguelito, atendeme-na un poco un rato, che papá.
—Miguel es mi nombre, ña Mercedes.
—Áina, pero yo ningo, cómo se dice…, así de cariño nomás te digo Minguelito.
—¿Qué pasó?
—Ayer encontré uno tu poesía en el estante de trébol. ¿Quiere ser poeta piko? Tu papá no ha de querer.
—No le vaya que contar…
—No, yo no le iba luego a decirle nada. A mí ko demasiado luego me gusta esa cosa, no entiendo nomás demasiado.
—Si no le contás te voy a escribir una poesía, ña Mercedes.
—¿Enserio piko me decís?
Si uno cierra los ojos, cosas pasan. Cuando uno los tiene abiertos puede leer labios e interpretar lo que quiere decir mamá que está gesticulante junto al armario, junto a papá que mueve la cabeza; pero si uno los cierra, por el espacio que dure el medio parpadeo, hay un momento de soledad.




No me gusta. Más antes sí era da gusto, porque era la polleada o sino si-que había la función, y había la gente. Pero eso era más antes, hace mucho ya. Cuando sos chiquilina nomás luego lo que te gusta esa cosa, porque tenés tu candidato, y si no tenés si-que querés tener y dónde más lo que vas a encontrar por otro lado antes si no es por ahí. O si no en la parroquia o qué. Pero después no querés saber más de farra. Después pues ya estás para otra cosa ya, para cuidarle a tu hijo o para atenderle a tu marido y eso. Ramón una vez me llevó en un boliche, pero ya no me quieeero acordarme más porque después cuando estea sola voy a querer llorar o qué.




25



―Yo te traje algo.
―¿Algo de comer?
―¡No…! Un cortometraje es, canadiense, bueno es.
Sentado y reticente: Las desganas son primero. La piel y los cabellos grasientos y sus cavilaciones en el sillón de terciopelo cuando un clic dice que sí aunque diga que no.  Un gallo siendo desplumado escupe una redonda gota de sangre; una delicia robada del gallinero del vecino que mañana por la mañana escupirá quién sabe qué improperios, pero qué importa si lo que importa es ablandar la carne de ese gallo, como yo ablando con un tenedor mi existir, todos los días -caramba, si también podemos con esos humores-. “Cómo se le ponen las alas a un ángel”. Alitas de gallo, alitas de gallina casera, alitas de pollo al horno, alitas de pollito que son bien tiernas aunque no tengan mucha carne; se derriten en la boca con ayuda de los dientes, a la parrilla, al espiedo: ¡Qué hambre!
―Dura unos pocos minutos. Atendé.
―Estoy viendo… ―tratando de ver la pared a través de la pantalla donde hay una puerta que da a un patio extensísimo por el que cacarean y cacarean… ―¿Por qué te gusta tanto la película?
―Porque me aterra.
―Pero no es de terror el corto. Es medio negro, no sé qué es.
―Me espanta.
―¿Y por eso lo ves? ¿Porque te espanta?
Si uno tuviera alas para volar… Porque las gallinas no vuelan, son pesadas y feas y deformes. Si uno pudiera volar se elevaría lentamente para dejarse mirar por la gente de abajo, en sus casas, y ver las cosas desde otra perspectiva, desde arriba, como se siente a veces que le miran a uno.
Y ésta que no trajo la película de casualidad. Quiere que le ponga las alas del ángel en la espalda, quiere contraerse contra mi pecho, arrullarse entre mis piernas mientras yo la desplumo.
Ah, si uno pudiera volar para escaparse del gallinero.
―¡Hija de mil! ¡Tocá un poco mi corazón!
Alas. Alas a la imaginación, alas al corazón, la chica quiere volar, Alas Clarín. ¡Qué corazón más diminuto! Con razón las gallinas no se enamoran.





No hay comentarios: