jueves, 17 de diciembre de 2009

Camuflaje

Ay, que los perros nos pillen en el depósito, para eso hay que celebrar abajo. Pero con los ojos entornados por las dudas. No al mediodía ni peinados de costado. Pero yo ya no quiero que me entierres porque mejor es subirnos al techo o colgarnos de las ramas, mejor descalzos.

Ay, que los perros nos pillen en el depósito, para eso hay que celebrar agazapados, pero con los ojos entornados por las dudas. No al mediodía ni en el patio del fondo. Pero ya no quiero que me entierres tus uñas, mejor subirnos al techo o dejar que las patas nos cuelguen de las ramas; cómo que no si vamos descalzos.

De noche pasa la jauría, y nuestra desnudez es buena. No es modesta, se comprende.

Los gatos también volamos, somos jóvenes, es lo que pasa.

Traducen nuestros maullidos con presteza, esperando la ocasión en que la pelusa se pose sobre nuestras narices para tragarnos de una.

-¡Tienen los pelos erizados! ¡Tienen los pelos erizados!
-¡Se están arañando!

martes, 1 de diciembre de 2009

Abrapalabra

Tan estaba que
mbóre,
yo no,
otro
yo una ura por el paré espolvoreando mis alas
ciñéndnos al tema de la cátedra
sugerir la intención de que
no,
mbóre,
él,
yo no
entendéna,
hay avispas que inyectan sus huevos en los culos de las uras
después del legargo la oruga no emerge de la crisálida amarilla naranjada hermosa
es algo
ceniza orgánica algo
gris
algo amargadamente otro
yo no pues
para que en consecuencia de determinado quién sabe qué
el goce pasee us antenas por donde sé que se esperaría que llueva
el purgatorio
pero muy ante de que estéa bien o mal
delante de uteden
OPA...

miércoles, 25 de noviembre de 2009

CANCHA CHICA


—Segúnda divisiónpeko travéstinte la oikóva penderapykuéri, chera’ykuéra. Priméra divisiónpe pejupi ha pehecháta umi modelokuéra oñorairõmbá penderehe.



Furrufufrufruííí.

Figurita del saltarín rojo pequeñamente reliquia envejecida por la humedad, te cambio por tres que tengo, te cambio por el Peque, por Chila, por el Loco González… No… ése doble ya tengo. ¡Cuál entonces! ¡Furrufufrufruííí! Comprame un helado o qué. ¿Y la figurita? Éste es de mi papá, si te cambio voy a ligar. Te cambio por tres y mi kichute entonces.

¡Furrufufrufruííí!

Helado de nata que finge ser babosa en la mano y suda hasta dejarla toda babeada, mi remera de la albirroja, mi autógrafo del Pepe; poco a poco a la admiración se le sobrepone el rencor.



Se remangó el chorcito blanco. Se agachó para atarse los botines. Se estiraba las medias. El pedazo de cuarto, la porción de torso que la remera que flamea dejó ver cuando estaba así, inclinado. “El estómago quiere ponérseme del revés y abro la boca como si fuera posible, como si fuera a vomitar un repollo, y la cara se me pone roja, pero hace calor, nada me delata”, revive ella con el álbum de los tiempos del colegio en su regazo, con la foto del campeón que reapareció oculta detrás de una foto de curso como cucaracha esquiva. Y así, el episodio se reitera: En oleaje; una lancha pasa raudamente y las orillas se estremecen; los suspiros en fuga son el recurso sonoro más apropiado.

El mejor futbolista del colegio y las anécdotas inventadas para mojarse precisamente. (Él se mueve mejor que yo, es más rápido, mete más goles también; pero para compensar yo soy más úcho, más picholo, tengo más pendejas en mi haber; no es mi único vicio, pero es mi predilecto.)

El filo doble de una mojigatería, la impresión de una violación con consentimiento, de un simulacro de violación en perfecto videíto para deleite de los perros e injuria de la que tres años más tarde ya tiene dos tapas y un novio corredor de rally; las explicaciones, las correspondientes excusas y un encuentro imprevisto: Es inevitable morderse el labio inferior, apretar los labios…

“Para más, si sos calidad con él, él te va a comprarte para tu champión umía kuéra”. Aricio y Adriano habían probado la misma suerte hacía una década, pero las mujeres y el alcohol les negaron las estrellas. “Te digo que te voy a pagar cien mil, y yo lo que cobro ya es aparte”. Así, en el barrio había quienes habían llegado hasta el Brasil, la Argentina, los Emiratos Árabes, y regresaron, como Adriano, como indefectiblemente Aricio, para quedarse. “Ya sé que vos lo que le vas a comer, che papá, pero yo ningo lo que te hice el contacto”. Una frutita jugosa, apenas madurita.

Socios desde la escuela de fútbol, la convocatoria estaba antes y después de la amistad; nuestros teléfonos esperaban, la espera de dos mita’i ansiosos, la confirmación para romper ese hilo que nos tenía colgando de las puntas.

—Nandempresárioiramo ijetu’u la reike haguã, che kapelu. Ndaha’éingo la ndajeroviáia nderehe, sino que reikuaaporã haguãnteko.

—…

Nde, amoitéa nde’use he’i.

Tresiénto mil ere chupe.

Oĩma picho de oro.



(El caballo del mariscal avanza con trancos torpes. Ambos están cansados. El mariscal siente que se va a dormir, y acaso ya está dormido cuando un escuálido hilo de baba transparente surca su barba tupida. Mira atrás, y su tropa da lástima, pero infunde aliento. Entonces, infla su menudo pecho y el bramido retumba helando espinas. Fin del spot.)



La audición tiene fecha y hora. Chupar, coger, apostar son sus formas de evadir la ansiedad; un ritual al que se ha habituado por el placer revestido de necesidad; el hábito revestido de razonada opción. En vez de la acostumbrada concentración, celebrar se hace entonces… necesario: Birra; dos nomás, no hay que exagerar.

La cantinera le ha dicho algo al oído y él se apretó el paquete, “qué pesado”, para incitar a la violencia. “Allá está mi amiga también”.

El otro ya se quiere ir, pero él lo retiene (la cerveza dibuja cualquier cosa en el fondo del vaso con su espuma blanca que se deshace.) Mira el vaso, mira a su amigo, sonríe y le hace una señal a la chica que obedece como una pollita regocijada y trae otra cerveza. Se tiene que ir. ¡Qué pila’i! Un rato nomás ya.

Ellas los acompañan, y mientras él busca su teléfono, la amiguita le aprieta una nalga y le huele el cuello. Dando tumbos, me tengo que ir, chera’a. ¡Maricón! Otro poco, señala hacer acrobacia con la pelvis en tanto que el sol se rasga por las comisuras.

Damián Cabrera

Minga Guazú, noviembre de 2009

martes, 27 de octubre de 2009

WANDERLUST: Tedio. Más tedio.

I


La puerta, el interruptor del foco, el correo, son inconclusiones. Para abarcar las distancias, para agazaparse en la voluntad y borronear cualquier esbozo de quietud, hay que salvar el tedio; pero qué es esa presión intensa, qué es aquello insoportable cuya naturaleza se nos escapa de las manos, como un agua tibia que nos moja, pero que no deja sino su huella en la piel húmeda; que no se deja atrapar; un viento siestero, de siesta naranja, pajiza.

El sopor es una habitación inhóspita de la que cuesta escaparse. Arañamos las ventanas y mordemos los cerrojos helados, pero es un gesto de desesperación, inútil. Sin embargo, en días como hoy, la impresión de que cierta dosis de violencia podría ser liberadora abruma. La puerta, el interruptor, el correo, son posibilidades; ¿bastará con un empellón de fuerza considerable contra la puerta -¿qué tan anchas son sus tablas?- para partirla en pedazos y hacer volar las astillas, y hundirse en la profundidad del afuera donde se responde a una invitación y uno se refresca con la ducha helada, se toma un tereré, mientras aguarda otra respuesta, o simplemente se decide a realizar las atrasadas labores domésticas, que dadas las circunstancias son una forma de catársis?

Por eso ese ceremonioso entregarse al control remoto provoca cada día más repulsión, a pesar de que cuesta desprenderse de él –el tabaco, el alcohol-; eso de ir alimentando la náusea es una imagen recurrente pero sumamente oportuna.

Primero la ducha, después el correo.


II


El viejo está sentado en la siesta chupando mangos. Los cabellos de la fruta se hilan entre sus dientes y la viscosidad se apodera progresivamente de los labios, de los dedos, de la cara, con capas que se van superponiendo, dando la impresión de que pronto respirar se tornará dificultoso. Entonces, evitar observarlo se hace urgente, con el convenido gusto a chipa que se esponja en la frontera entre la garganta y los dientes de juicio.



II


Apagar la luz. Que haya en ello algo de saña.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Mil puertas



Entonces el poeta me miró a los ojos y me dijo:

-Cortás el pan como si abrieras un mundo.

Se levantó. Encendió el foco amarillo de la habitación contigua, de donde regresó algo constipado. Se sentó, envolvió un portafolio marrón en papel madera, lo puso sobre la mesa y lo arrastró lentamente hasta mí. Tomá, me dijo, para el viaje.

Y le dejé como un retrato inmóvil destiñéndose bajo el agua.

Mis zapatos son violáceos. Cosas por el estilo ofrecía Laura Lejía en su mesita de la calle del consulado, junto con ponchos deshilachados y ceniceros sustraídos de los hoteles más inhóspitos. Pero Laura lejía y otros recuerdos se me traspapelan entre tanto desorden de diarios viejos y hojas de oficio de una raya; a veces me parece ver a Paco, el malabarista del semáforo, en una mancha de humedad o en la tinta derramada, pero basta un pestañeo para que las manchas me figuren otra cosa, cualquier cosa. Siempre me han gustado estos zapatos, comodísimos para andar por las veredas de la ciudad, aceras de baldosas cuyas junturas no hay que pisar si se ruega por la suerte de encontrar un billete gordo o el milagro de acertar en los números de la quiniela. Pero ahora que me entra el frío, y con esta humedad que me ha arruinado la alfombra y el colchón de espuma, los zapatos son sapos desahuciados que me chupan el pie.

En muchas culturas, los jóvenes emprenden un viaje que implica una transición a la madurez, un viaje de iniciación. Una madrugada de verano, indicios de que mi tierra sin males me esperaba en algún lugar me hicieron cargar mi mochila y emprender la fuga. Cuna de las posibilidades, llegué a esta ciudad hambriento, con arena en los bolsillos; como cientos al año, enfebrecidos por un oro que se hace el difícil. He presenciado muchas desgracias: hombres prematuramente envejecidos en cuyas miradas se ha cuajado la expectativa.

El agua bulle en la pava. Sospecho que mi bullente vida se evapora, humedeciendo las comisuras de este mundo. Café.

Muchos de los que se han empujado al límite de querer volver a sus tierras han fracasado en el intento, y en su momento me han inspirado desprecio: ¿quién le pone el anillo al hijo pródigo de un padre proxeneta? Yo no quiero para mí tales desgracias. He de defenderme alegando que soy muy distinto, ésta es mi vocación, a esto vine, y con esto me quedo; es decir, ¿acaso no soy libre ahora?

(Y sin embargo, la posibilidad de haber cometido el error de enamorarme me atormenta. Un momento… ¿error? ¡La locura de enamorarme!)

Por allá no había muchos días nublados. Aquí sólo llueve. Uno de esos días en los que caían tenedores conocí a un hombre muy sabio, míster Englander. Mi cara no debía distar de las de cientos de desalmados, prófugos de otras ciudades y de esta misma que irían a buscar consuelo para sus conciencias en el rostro de aquel señor. Me acurruqué a su lado y noté que llevaba zapatos parecidos a los míos. Le pregunté:

-¿Cree usted en Dios? –él ni siquiera pestañeó.

–No. Y sin embargo existe. Existe porque actúa sobre nosotros –metió la mano en el bolsillo de su saco y sacó una botellita de coñac de la que sorbió un largo trago- Existen puertas –agregó- que se abren a otras realidades.

Yo siempre había creído que a Dios se le conferían tantas responsabilidades que por eso espiraba realidad. Le pedí que me invitara su coñac, y su cara se puso lívida de súbito. Le sonreí. Míster Englander me mostró sus dientes amarillos, me tomó del brazo y me dijo:

-Has abierto una puerta entre tú y yo.

Apenas amainó, me levanté y le dejé unas monedas.

De cierta manera una ciudad es muchas a la vez, muchos mundos, depende de por dónde se la mire y de quién la mire. Se podría afirmar, entonces, que un mundo es como Dios, o como los frutos reforzados de nuestra capacidad imaginativa: Interviene en la realidad, nos afecta, como un gato negro o las junturas de las baldosas. Pasa con todos los seres, con todos los hombres. Al poeta le habían reprochado un comentario, calificado de ofensivo, acerca de uno de nuestros tantos próceres: Una cosa es el mito, y otra es el hombre, me decía; yo admiraba al mito, él odiaba a ambos, por eso yo escribo cuentos, y él escribía poesía.

No puedo creer lo desconsiderado que he sido. El portafolio sigue intacto detrás del estante, envuelto en su forro de papel madera que se llena de polvo y humedad a lo largo de los meses. No lo había abierto por temor a la nostalgia, pero hoy que me aferro como un loco a esto que no sé qué es, el pasado no puede venir de lejos a hacerme más daño que el previsible.

Paso a otra página, y la impresión de que los fantasmas de Laura Lejía, Paco y el poeta han atravesado el umbral del papel para convertirse en huellas difusas sobre la mesa me habría asustado si no fuese el estrépito de persianas que el viento descuaja espantando las palomas en el balcón de esta buhardilla.

Ahora, además de la injuria de los zapatos, está el hambre. Tomé demasiado café, y el estómago me lo reprocha con dolorosos retorcijones. Esta mañana me desayuné la última criollita de la lata, no tengo dinero ni sé a quién visitar. Si no hubiese tomado tanto café tendría el beneficio del sueño, lo inconsecuente que uno es a veces. En ese sentido, desde que llegué, todo me ha ido mal. No he trabajado más de una semana y no puedo precisar en qué invertí mis ahorros; es posible que me los gastara en los primeros meses, cuando me enamoré…

Y ahora que pienso en eso, definitivamente todo me ha ido mal aquí. Eso me gano con tanta remembranza; cavilar demasiado acerca de la realidad conduce a eso, a las servidumbres de la tristeza.

Debería abrir el portafolio de una vez. El poeta me quería mucho, ¿qué me habría puesto adentro? Un libro, un poema escrito en una servilleta, un paquete de cigarrillos, supongo. O dinero.

Decimonónico esto de empapar los papeles mientras se escribe. Las letras se van desfigurando, se van desvaneciendo, como mi amigo el poeta detrás de mis ojos húmedos cuando la despedida.

Me levanto y me tiembla una mano. Desenvuelvo el paquete, arrugo el papel y lo arrojo a una esquina, desde donde parece susurrar.

Hay una tarjeta:

Querido Julián,

En agradecimiento por los momentos que me permitiste compartir contigo, este portafolio para salvarte la vida.


Abro el portafolio. Es como si cortara un pan.

jueves, 20 de agosto de 2009

PEREGRINAJE ALEATORIO



Hacer un clic, supongamos, como si se tratara de dar el primer paso, de dar el primer beso, de desvigar la caminata, la puerca caminata. Compartir el lecho sólido de la acera con quién sabe cuántos malholientes viajeres, compartir su impúdico desaseo e irse liberando de a poco de los rituales higiénicos. Hacer un clic, que el clic sea una llave, que abra mil puertas. Ponerse los championes, ponerse los audífonos y peregrinar. Dejar que los beats empiecen a marcar el ritmo de nuestra marcha y entornar los ojos cuando los sintetizadores emulan las sirenas cibernéticas. Caminar, aunque parezca que no se tiene rumbo. Que el nuestro sea un peregrinaje aleatorio, un reconocer y reconocerse apenas que nos empuje al límite de nuestras fronteras: Conocer otros países. Hacer el amor con un desconocido, amarlo por el resto de nuestras vidas. Ea pues, señora y abogada nuestra: La marcha. ¿Que adónde vamos? ¿Que cómo vamos? No, hermano. No, hermana. Que vamos y ya.


Me estoy yendo, ¿oíste? Siempre me estoy yendo.



MURALLAS



Hay mucho que decir acerca de las murallas. Su carga ideológica, lo que ha representado a lo largo de la Historia, es decir, la muralla y el aislamiento, la muralla que se cierra en torno a la Ciudad, que decanta lo bueno, lo seguro, la "civilización" de la barbarie, de lo que no es, de la violencia, de lo feo; esta muralla también se cierra hacia afuera, porque es excluyente, tanto socialmente como emocionalmente, como imposición de estatus e imposición de la propia intimidad por encima de la libertad del otro de ser con uno, de la posibilidad de ver y su derecho de ser visto.

27 de julio de 2009

UNE EL FUEGO

¡Ahora caigo en la cuenta! Me quito los anteojos y me froto la cara enfebrecida, porque la quiero con cien años de retraso, y el cuerpo entero se me quiere derramar por ahí con hipos que cuesta echar afuera, tanto que me duelen en el pecho; porque sólo en el volumen la tengo.


Me revienta que cada vez que lo hojeo me deshojo como a propósito, suponiendo que va a venir a tocarme la espalda desnuda, desde atrás, en el tiempo. Me revienta que el contacto no sea posible. Me revienta que van a ser las tres y me estoy imponiendo los cafés en un ejercicio que resultará en lo inevitable. Que esté acá y que no esté me revienta.


Y la llamo. A-la nocturna, a-la impaciente, a-la mortuoria que vuela a través del tiempo para ser nexo imposible. Y llama, me llama; la llama, te enciende...


El fuego animal te come, te devora, me araña la cara, deshace tu cuerpo, deshace mi pelo.

Nada sabrán de nuestro ritual, ni de tus gritos, sólo el relato mudo de las cenizas, donde yacerán juntos tu cubierta y mi piel; yo hombre, vos quién sabe. Tu lomo y el mío.




lunes, 13 de julio de 2009

CRÓNICAS BIZANTINAS: De la Ura: Cuento

Cada tanto repetía el ejercicio: sombrero ajado (no sabés luego para cubrirse de qué), el mismo palo, siempre, y el silbido irrepetible que ya sabemos.

Los pies menudos abriendo huellas en el camino, las huellas que otros pies sobreimprimen, ensanchándolas.

-Chéve una vez chegueraha peteî káva ha cherejarei ka’aguýre.

-Che una vez amanomi.

Nuestros hermanos mayores nos referían una y otras anécdotas imposibles, advertencias inútiles, bellas.

Papá está delante con el sombrero puesto. El palo dibuja una línea desde que salimos de casa. Ahora lo levanta, ahora cuando el sendero aparece comido por los takuapi; ahora cuando Luisa, la mayora, tiene mueca de lágrima.

El alcohol ablanda la charla y papá cree que refiriéndome sus anécdotas sexuales me acercará más. Yo soy consciente de ello, por eso le sigo la corriente, le hago preguntas, finjo interés, pero mañana en el desayuno no me va a mirar la cara y yo a no le voy a decir alguna vez te quise mucho, ya no.

-Pepyta chéve ko’ápe, âga atopárô la eíra ambopúta ko yvyra peteî yvyramátare.

Pancho llega desnudo, todo mojado con agua de arroyo, entrega un apere’a a mis hermanos, que se lo comen vivo, y Pancho se lleva a Luisa que llora aunque bien podría estar riendo.

El golpe truena sordo y es la estampida, la caballada que mutila la maleza, tan rápido que nos quedamos cortos en la carrera. Hubiésemos llevado piedras, no, no tenemos luna.

-Vos no conocés a tu papá, te sorprenderías.

-No me sorprende nada, papá.

-Una vez me acosté con una virgen.

-Eso suena interesante.

-Sí, interesante porque sos un pajero.

-Un qué…

-¿Un qué?

-Un humo hay allá lejos.

-Vamos a ver, seguro que es papá y eson.

-Jaha.

La india revuelve el caldo y nos sonríe. Los pechos más grandes del mundo y una espátula. La anciana es hermosa, pero ella me dice que es fea, que nos va a desayunar por la mañana, y la empuja a la hoguera. La india se debate en las llamas, está carbonizada y sus dos pezones son pequeños jaguares.

El resto es lo mismo, lo de siempre, la indiada con sus arcos y flechas, una laguna infranqueable y música de cumpleaños a lo lejos, siempre la misma esperanza.

CRÓNICAS BIZANTINAS: Encuentro II

Está a mi lado y a mí me habría gustado besarle la oreja, pero Homero canta tan maravillosamente que –incluso yo he caído enamorado- no hay cómo hacer milagros, no hay cómo, quién soy yo para tal odisea.

CRÓNICAS BIZANTINAS: Desencuentros

Yo le veo muchas caras a Asunción. Asunción es una ciudad hermosa pero dolorosa. ¿Qué tiene Asunción que no haya allá? Poetas. ¡Poetas! Los poetas duelen. Vi muchas cosas en Asunción, cosas hermosas, que nos erían para mí por mucho que las deseara. Vuelvo herido, renovado pero herido, sabía que eso pasaría, a eso vine y con eso me voy.

CRÓNICAS BIZANTINAS: Conociendo a mis hermanos

Tiene once años, anoche soñó que iba a besar a Penélope Cruz, pero su mamá lo despertó antes del desastre.

CRÓNICAS BIZANTINAS: Encuentro I

Se encontraron en el Museo del Barro. Llovía. El museo estaba cerrado. Las calles eran un río caudaloso e infranqueable; las salvaron saltando entre escombros. Era casi un alivio haberlo encontrado, así que el abrazo fue casi el de un desconsolado. Caminaron, buscando un lugar, para ellos, inexistente (para mí). Así que no lloraron, pero él quería haber llorado, es decir, yo.

CRÓNICAS BIZANTINAS

Guitarreada en lo de Arturo.

CRÓNICAS BIZANTINAS: El oficio de escritor

El apuro de quienes quieren referirme sus anécdotas para que las escriba; sus desahogos pensados por ellos como posibilidad redentora de la… ¿humanidad?

CRÓNICAS BIZANTINAS

Hola, ¿cómo estás? Estoy en Fernando ahora. No me hallo. Estoy en el auto de Reinaldo, en el asiento trasero, mirando la ciudad por el retrovisor. Hay un hombre, un pesacadero, que se mueve de esquina a esquina como Björk en Army of me. Me quiero ir, pero no sé adónde ir, no tengo adónde ir, es decir, sí tengo adónde ir, y hay muchos lugares adonde quiero ir, pero ndéra, soy todo indecisiones y repliegues ceremoniosos. Hay demasiados autos, no tantos, pero demasiados para mí.

CRÓNICAS BIZANTINAS: Infatuaciòn, platonismos, tovatavy

Voy a caer con J****. No caigas por favor, no quiero enamorarme. Enamorable es, es cierto… pegable también a veces.

CRÓNICAS BIZANTINAS: Antes del viaje

Te voy a hacer unos nudos en el corazón que no vas a poder desatar.

CRÓNICAS BIZANTINAS: Entre Ticio, el Kurupi y Yo

Antes solía decir “son las hostilidades / porque las tijeras/ pretenden para mí una forma / y mis formas se resisten”, o “cómo perturba el signo que soy / a los depósitos de mi apego”. Cifras que se me hacían muertas, por añejas, acaso reviven cada día en el pecho de alguien a quien decepciono porque soy como soy. “Muchacho, tenés que hacer la mitosis”. Pero la saciedad de mis sedes es estéril en esas cuestiones, y aquí, ninguna novedad de este lado de la Historia.

CRÓNICAS BIZANTINAS: Electro

Quiero hablar de él, más por lo que tengo que resolver con aquel ídolo que hoy duerme irremediablemente vencido en los hombros de mi papá que por lo que me vincula a mi viejo. Papá era un bicho temible cuando yo tenía seis años, ahora lo imagino panzón, llenándose el buche con jamón cocido, aceitunas y vino manchego, llorando en la distancia porque me ama, como un niño puede llorar al padre que lo azota.

CRÓNICAS BIZANTINAS: So(/u)ci(a)edad

No puedo evitar sentirme culpable en un lugar como éste; me llena de pánico tanta pulcritud, tanto aseo y caras bonitas, y peinados y esa ostentación ignorante que parece caracterizar a ****. Me encanta C***, pero me hace mal verlo expuesto junto al cajero automático y las cabinas telefónicas. Puedo refugiarme en la cafetería (todas se parecen demasiado como para que cualquier atisbo de exclusividad gane suficiente fuerza como para atacarme). Tomo la taza de café con ambas manos, con la punta de los dedos de ambas manos; me enfrento a ella, la aspiro y la nariz se me humedece como si me sudara; acerco la boca y sorbo con dolorosa fruición el café cargado, quemado y amargo. Sorbo, mastico la dureza virtual del café y lo ablando para tragarlo sin que se rebele. A cada sorbo, voy desapareciendo mi cabeza de avestruz en mi cuello versátil de engullidor de espadas (en mi cuello quelonio); voy sorbiéndome, tragándome, desapareciéndome, hasta terminar reducido a una oscura, a una gota negra sobre las baldosas y mis apuntes son asquerosas palomas en Asunción.

CRÓNICAS BIZANTINAS: Abuela Belma: Conjuros

Viento, viento, kavaju akangue. Viento, viento, kavaju akangue. Viento, viento, kavaju akangue.

Aju, che rajy; aju, che rajy; aju, che rajy.

CRÓNICAS DE BIZANTINAS: Sueño I

Anoche soñé con el Jeti. No sé por qué soñé con la nieve y mi cuerpo deslizándose en la nieve y el Jeti que me aguardaba allá abajo junto a un pequeño barranco; me acerqué con una sonrisa, pero la sonrisa se me borró cuando escuché su grito rocoso. Abrí los ojos, despierto, pero los gritos seguían, canto de gallo distorsionado al amanecer.

sábado, 13 de junio de 2009

"Qué loco, tu batería se va a ir a la pu..."

Si se supiera que una mecha,
por combustión espontánea,
enciende una vela en mis tripas,
se diría que me hacen reír necesades.
Pero no son macanas las que promueven
el "de-oreja-a-oreja"
que desdibuja mi cara de cantor pálido,
la transfigura,
hace que figure esotro,
algo tan cercano al llanto del adolescente,
a la caballada violenta de beatniks anacrónicos,
hermanados,
poetas del orto,
algo tan próximo al cariño.

-Julius, ¿cómo se conjuga el verbo empatía?
-Con amor, viejo. Con amor...

viernes, 5 de junio de 2009

Cena

En el plato blanco,
Al lado de tenedores de plástico,
Está tu sangre.

el plato blanco,
De ayer,
De anteayer,
Están tus dedos.

En el plato blanco,
A la izquierda de un vaso de plástico,
Están tus dientes.

En el plato blanco,
Vistoso,
Visible.

En el plato blanco,
Sobre manteles blancos,
Blancos de plástico,
Está tu pelo.
Está tu vello axilar,
Tus pestañas,
Tus cejas,
Tu vello facial,
Tu vello púbico,
Tu vello anal.

En el plato blanco,
Amable,
Generoso.

En el plato blanco
―a un lado hay cuchillos de acero con filos luminosos, esplendentes,
Con mangos de plástico―
Están tus ojos,
Marchitos,
Impenetrables.

En el plato blanco,
De todos,Menos tuyo.

En el plato blanco,
En la mesa ceremonial…
De plástico…,
A la vista de todos,
Está tu sexo.

En el plato blanco,
DE PLÁSTICO,
Están tus tripas,
Tus genes.

(Es que el plato blanco,
De plástico,
Es mío.)

(Es que puedo verte,
Tenerte,
Serte,
Y odiar tu conducta.)

ESCRIBIR PROSPECTOS APRESURADOS.

“Bendito es el fruto de tu vientre.”

Para volverte,
Día tras día,
Más dependiente de mí,
Más de plástico
como yo.

Desgaste

¿por qué desgastarse con estas cosas?
atravesando los vitrales sacros
tu luz como voz que protesta
tu luz como timbre de voz que quiebra vitrales sacros.
allá una potencia de fuego
allá una muerte por la vida, contra la muerte, por la muerte, o contra la vida.
acá un grito de tierra, sofocado por la tierra, para que otros no gritemos.
¿por qué se oxidan nuestras gargantas en los armarios pétreos?
por qué la idea que rezan es de palabra vacía, volátil, reiterativa,
como rosario cíclico.
ahora me pregunto:
¿serán los flamencos en bandada alborotada la respuesta?
¿serán las plumas azules en extinción reunidas?
¿será la soledad de piedra en el arenal desolado?

"Yo no creo más en eso"

Si el billete de cien mil guaraníes fuese un altar, ¿qué ícono sería el venerado? Quién sabe... ¡Terrorista!

lunes, 1 de junio de 2009

WANDERLUST: Refrenamientos



Pongámoslo de esta manera: Uno no tiene la menor idea de lo que puede estar detrás del daño que le causan a uno, puede acostumbrarse a ese daño y, en determinado momento, puede llegar, incluso, a disfrutarlo; o bien, uno es consciente de que ella es perversa, un monstruo que te obliga a hacer cosas que no querrías, que no consentirías que te hicieran en otras circunstancias…; no queda otra, todo ese sufrimiento es en vistas a un bien mayor.


He aquí la tenue línea que separa al masoquista del mártir.


lunes, 18 de mayo de 2009

Deleste

Toda ciudad es para mí plástica, maleable; y pongo a prueba esa maleabilidad con el sonido. El micro pasa zumbando y no hay cómo no evitar el botelleo y las ruedadas fundiéndose en un zordo zumbido vidrioso, neumaticoso, en el asfalto de toda ciudad; todas son la misma. Sea desperezándome o taladrando una pared, mi villa se abre desierta, se abre incólumemente lienzo y desierta. Y yo pues soy uno de esos bailarines sonoros que con cada movimiento levantan policromas elevándolos a la categoría de música; que da lo mismo que zumbo de colectivo o reyerta en mi villa.

No he visto muchas ciudades, y sólo he vivido en alguna, pero en todas hay mamarrachos y banderas deleznables; me ha contado Victorina que en Buenos Aires han levantado un muro para separar dos barrios, y en el último E-mail de Bob me refería la historia del saxofonista que vive en un cubo de vidrio en un centro comercial de Kansas (uno se ríe a la distancia, pero tan cerca que está de todo aquello).

Sí, como plastilina; no sé por qué, pero todas las ciudades me huelen a tango, a bossa nova, a jazz (la plastilina sería para una ciudad como el piso más alto de la maleabilidad). Es pura literatura, según he leído, son puros cuentos, pero es inevitable esa relación, y pasa el colectivo zumbando su vidriosidad y neumaticidad que yo ya otra vez tarareando el bum, bim, duba-duba, meu amor, meu chapa, y el frufrufrufururún del bandoneón, che (así, furrurrúnrrrrúnrrrrún –con muchas rr-). Sólo en Ciudad del Este (el nombre es hermoso, no le rinde reverencias a ningún milico que menos mal yace muertito ni a ningún manguruyú ni a ningún santo hegemónico: Una ciudad que se limita a llamarse por su ubicación geográfica, sin pasarse de la raya, la muy)… sólo en Ciudad del Este uno se permite no escuchar eso, y escucharlo a la vez, pero también escuchar muchas cosas más, aunque escuchar aquello o lo otro, no lo sé precisar, pero es y no es, y no importa qué sea, lo que sí es eso, nada, un lugar, y qué, sólo eso, y ya, ya está, ya está ya.

Ciudad del Este es la ciudad que se nombra por su ubicación geográfica, pero acá el tiempo es igual de irrefrenable, no se pega ni con cola, ni con saliva, ni con plastilina.

No, ella me conoció primero a mí, después yo la conocí a ella, qué yeta. Dicen que existe cierto tipo de enamoramientos que están cifrados por las circunstancias en que se conocen los enamorados; yo creo que aquel instante en el que Valeria y yo nos conocimos tenía algo de eso, algo de cierta circunstancia. En el Este, dulce, amargo, salobre, en el Este donde también aquello y lo otro, o cualquier cosa, pero en fin todo, y a la vez todo también, un zumbo de colectivo, un koreano fumando su cigarrillo con té helado, la cumbia paraguaya, el sol al mediodía frente al Monalissa, la mak’a de boca sensual, el moto-taxista, en medio de tantas cosas y una rubia rapái porno, dos silbidos que se cruzan, cuatro ojos enormemente abiertos y huecos y neumáticos, una trenza que es sonoridad polícroma y a la vez halago, y a la vez complacencia, qué sé yo, flechazo.

Lo demás es lo mismo, es lo de siempre, cualquier cosa. Basta con referir el tereré en el Parque Chino y una discusión sobre la feminidad de un travesti, chipas, bollos y empanadas (todo junto), más tereré, beso en la cabina de mando de la biblioteca municipal (ex aeropuerto), una noche en su casa, otra en la suya, nunca en la mía, para qué, menos mal. Y después de eso, coger tres veces de noche, una vez de mañana, volver a lo habitual en la ciudad –del Este-, alguna llamada, discutir sobre los remixes, sobre un disco de remixes comprado de la mesita, mal disco, excelente disco, vos no sabés nada de música, mi amor, ¿qué?, dejame trabajar, ch’amiga, prepará el tereré para las cuatro, dale, chau, chau-chau.

Harto sabido lo tenemos los hombres que…, pero de qué valen las advertencias si nuestra estupidez es más inteligente, más diestra, y va sola en bicicleta.

Reunión con la muchachada (léase los amigos de Valeria). Tema de discusión: Frida Kahlo (boff), no, la infidelidad de Diego Rivera, ¿la infidelidad de Diego Rivera específicamente o la infidelidad en general?, en general, él es la referencia nomás, ah, ya, tavýcho. Yo opino que –Valeria no sabe nada anga, pero es tan viva, cómo no atenderle cuando fuma así y mueve los carbones en el brasero- la fidelidad es una ilusión, es un invento de los hombres para asegurar su descendencia, la herencia y sostener el capitalismo, y si bien es cierto que la infidelidad masculina es menos secreta que la infidelidad femenina, menos visible, esto no quiere decir que no exista. Me puse a pensar si Valeria me había sido infiel en estas pocas semanas que llevamos juntos, pero cómo me iba a ser infiel si yo no le daba descanso a la pendeja, ni jamás luego.

Aquellos eran los tiempos de las llamadas crisis (el tiempo, inasible, insoslayablemente carrera), Valeria y yo ahorrábamos en cigarrillos, y cambiamos cervezas por vino, vino por vodka, vodka por caña, a veces sólo muy a veces, muy de vez en cuando.
Valeria, yo te voy a embarazar mba’e y vamos a tener un montón de antoñitos corriendo acá por tu casa, o si querés podemos buscar otro trabajo, o irnos a Buenos Aires, a Sao Paulo, nos metemos a trabajar de streapers en uno de esos lugares que hay por esos lados y ganamos La plata, tenemos muchos hijos, después nos arrugamos todito, con el pelo blanco, y podemos irnos a vivir, qué sé yo, hacia Villarrica mba’e, para cuando eso quién sabe ya es una metrópolis. Valeria respira como si estuviera dormida, pero ¿duerme acaso? No lo sé, tan despierta que estaba, tan tibia, y ahora helada, no tengas miedo, Valeria, yo te voy a abrazar y te voy a poner calentita para que sientas que no estás durmiendo sola, te voy a empollar, Vale, mi pollita.



Esta noche, reunión con la muchachada (esta vez invité a mi amigo Luis, ahora tendré ejército, pollita, jeje, no voy solo, voy en avión, a ver… ¿cómo iba esa?). Ciudad del Este no es una metrópolis, cómo que no es…, no tenemos metro.

Hace mal tiempo, pollita, ¿por eso tenés mala cara, porque se va a cagar nuestra reunión? Los perros sí o sí vienen, pollita. Okey. Valeria tiene las piernas tan duritas, y esa blusa le marca los pezoncitos, chiquitos, duritos; agarrar por detrás a Valeria y soplarle la nuca y sentir cómo sus nalgas se contraen y se le erizan los pelitos de la espalda, mi gatita, así me gusta más, encima de vos, para verte la cara, para ver cómo cerrás los ojos de placer, cómo te agarrás de la frazada, arañame, gatita, mi pollita, eso, así, besame, te quiero, te quiero, gatita, te amo, te amo, te amo (pero sólo mentalmente).




El tiempo, lo quiero agarrar con los dedos y enhebrarlo en las cuerdas de mi guitarra para cantar a destiempo, en sentido anti-horario, raaaaleeentiiiizaaadooo.




Reunión con la muchachada (y con Luis que trajo tequila Sauza, un vodka y cerveza para nosotros dos, gran amigo, sabe bien que hace mucho ya que no tomo, mi socio). Tema de discusión: Mathew Barney. No, propuesta rechazada, sólo Marcelina y el profesor Reinaldo han visto a Mathew Barney. Darling, Brasil está en la vanguardia, no sé cómo te explico. No hace falta Bertha, vos también estás allá lejos, te entendemos, pero te queremos, a pesar de que te entendemos, che ama.

No cambio nada del mundo por la cerveza, quienes la inventaron deberían ser santos, y ciudades deberían ser nombradas con sus nombres, construir monumentos, y demás yerba. Qué suerte que Luis se da con Valeria, se dan muy bien; a Luis le van a encantar las orquídeas del balcón. ¡No toques mis apuntes, Marcelina!, mirá que sos curiosa, ch’amiga, venía acá, vamos a cantar algo o qué, acá Reinaldo va a tocar una, dice que anda escuchando a Bob Marley, a ver si nos alegra con alguna interpretación, y ya que mencionamos al jamaiquino –¿o se dice jamaicano?-… Da igual. Bueno que toque una de Bob Marley que ahora me acuerdo que Banana de La secreta dijo que la polca y el reggae casan, dale, chera’a.

De nada sirven las advertencias, porque somos demasiado estúpidos, y aunque bien que habría rechazado alguna a priori, ahora, a posteriori, la habría estimado. Si en aquel instante en que nos cruzamos me hubiese sido dado el milagro de un ángel pasando junto a nosotros con su estridente zumbido de colectivo, si algún vehículo me hubiese cegado con los reflejos del sol en su parabrisas para salvarme de esto ahora, pero cómo salvarme de esto ahora, si esto es mucho después de haberme caído en el barro, si esto es mucho después de te amo. Si alguien pudiera advertir a Luis, si yo tuviera el coraje suficiente para entrar a la habitación y advertir a Luis de la herida que me está causando. Pero mejor no precipitarse, quizás las orquídeas, la vista de la catedral, nada de qué asombrarse. Aunque quizás Luis, Valeria, qué mierda, qué mierda, puta merda. Luis, mi socio, salí de esa pieza, salí-na, mi socio. Es inevitable, esto está mucho después de mí y es inexorable, está antes, porque es posible que ella lo estuviera planeando, o almacenando, o alimentando para que me explotara en las manos como una bomba reloj.




Toda ciudad es para mí maleable. Ejercito mi creatividad a través del sonido. Tintines, susurros, tarareos dulces, agudamente tenues, gemidos casi imperceptibles; todo eso ahora es esta ciudad y lo será todas. Ya sea micro o sea metro.





Damián Cabrera
15 de agosto de 2009