martes, 28 de abril de 2009

jeans AJUSTADOS

Salió del trabajo. Se dirigió a la parada, y esperó, mirando el vacío con ojos de vidrio. Subido al ómnibus, buscó un lugar en el fondo donde nadie lo viera y donde él pudiera ver a todos. Personajes y personajes desfilaron ante él sin causarle mayor interés, hasta que se fijó en un joven con jeans ajustados y gran atractivo. Lo estudió detenidamente, y cuando vio que portaba un libro, comprendió que no era un alma ordinaria, que era un “yo como él”.

Cruzó los dedos para que se sentara a su lado o cerca de él —aunque afirmaba no creer en cábalas ni en nigromancias, por alguna razón sentía necesidad de hacerlo—. Infelizmente se sentó en uno de los primeros lugares y desde el fondo no alcanzaba a ver sino su nuca.

Miles de ideas franquearon su mente: “Hola, que tal. ¿Nos conocemos?”. No, sonaba demasiado pedestre. Pero, cómo acercársele sin ahuyentarlo. Cómo besar ese frágil cristal sin cortarse los labios. Quizá era imposible, y ésta no pasaría de otra flor que se huele sin probar el néctar.

Lloró sus frustraciones sin lágrimas ni sollozos; llanto perceptible apenas por un ceño fruncido y esa mueca en los labios. Inventó un gusto amargo en la boca para sentirse más víctima y tosió dos o tres veces para que alguien se fijara. No surtió efecto.

Mientras el bus avanzaba, cruzando los monótonos paisajes de la desordenada ciudad, se imaginaba historias; noveletas románticas, completamente quiméricas, copiadas de quién sabe qué barbaridad.

Para cuando la anciana de sombrero negro y chal subió, en sueños se desabrocharon botones y se hurgaron lugares prohibidos. La mujer avanzó lentamente, con pasos pesados, sosteniéndose con sus trémulas manos de lo que podía. El único lugar disponible era a su lado. Iba a cruzar los dedos pero..., cuando la anciana se acercó al joven de jeans ajustados y gran atractivo, éste se levantó y le cedió lugar. “Todavía existen caballeros”.

Se quedó parado en el pasillo muy cerca de él, desde donde pudo ver mejor sus atributos físicos. Como le gustaban.

Miró hacia otro lado y se encogió lo más que pudo para que el joven de jeans ajustados y gran atractivo notara el lugar vacío a su lado. Tuvo que recurrir a la tos. “¿Puedo?” Preguntó con la mirada. “Sí”, respondió con un gesto complaciente. ¡No podía ser! Se le acercó y un pequeño temblor que empezó en las piernas le hizo estremecer.

Con el movimiento del bus, se rozaban sus piernas y su perfume le sugería “sexo”. Pero eso no era todo. Inquietud se sentaba a su lado y Tentación le mordía la oreja. Sus manos querían tocar, pero se aguantaban; frotándolas pretendía quitarse las ganas. “¡Qué pensaría de mí!”. Él joven de jeans ajustados y gran atractivo se sentía igual, pero lo disimulaba mejor. Excitados ambos.

El hilo se rompió y alguna mirada de esquina se hizo directa. Musitaron alguna palabra que sonó a “hola”, que salió como un ronquido expulsado de adentro, que arañó sus gargantas. “Buen libro el tuyo”; y las palabras se sucedieron en un círculo interminable. “¿Te invito un café?” “Vamos a mi casa”. “Linda casa la tuya. ¿Me mostrás el baño?” “¡Ay, disculpame!” “No, no es nada, no me molesta” “¿Puedo?” “¡Claro!”.Y se desabrocharon botones y se hurgaron lugares prohibidos.

Antes de besarle la boca, lo miró fijamente, y vio cómo con los ojos cerrados y la boca entreabierta, se le pintaba en la cara una mueca de placer orgásmico; un sentir fuerte, muy fuerte.

Cinco minutos después, los minutos se hicieron horas y las horas tediosas eternidades. Todavía le apetecía, pero ya no era totalmente nuevo. Ya era común. ¡Cómo rendirse a lo pasado, a lo conocido!

Se despidió sin más y se fue a su casa donde, después de una ducha tibia, se acostó a dormir.

Se levantó bien temprano y comenzó su rutina con el latoso viaje de ida al trabajo.


Hastío sempiterno en la gris oficina; expresiones estancadas en los rostros pálidos. Suenan las cinco. Intentos de sonrisa, que sale torpe: pifias del alma inexperta, atrofiada.


Salió del trabajo. Se dirigió a la parada, y esperó, mirando el vacío con ojos de vidrio. Subido al ómnibus, se fijó en un joven con jeans ajustados y gran atractivo.




Minga Guazú, 2004

*Cuento incluido en la colección "sh... horas de contar...", Ciudad del Este, 2006.

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