lunes, 6 de abril de 2009

Tedio III




Salvando la dificultad de construir un discurso distinto con un lenguaje Lenguaje, procedemos a construir un mapa que es un no-mapa de la incólume masa pastosa que es el tedio, ese tedio que no es lo mismo que hojear una revista desganado: Aquél de las siestas de febrero bajo el mango, pantallando la entrepierna o estableciendo una lucha con la bombilla. ¿Por qué? No hay razón para hacerlo salvo la vocación de ocuparse en algo para vencerlo, o para desfigurarlo.

Si sostenemos que es posible establecer una analogía entre el tedio éste con la forma de una mandarina silvestre debemos convenir que será aproximadamente esferoidal, con celdas internas cuyas sustancias desconexas presentan textura similar, tamaño y cantidad aproximada de núcleos. Es decir, sestear soñando que el cobrador tendrá que irse con las manos vacías equivaldría a dibujar arcoíris en una latona con aceites cítricos.

Hay quien prefiera señalar que el repertorio de frases de orden climatológico -muy común en rondas terereseras o reuniones escolares- pueda estar emparentado con una ancestral tradición de mirar el cielo y atribuir poderes indiscutibles a los fenómenos astrológicos; no recomiendo relacionar el vicio de leer horóscopos con cierta costumbre de ponerse lentes de sol en señal de falta de vocación de responsabilidad.

Obviamente el tedio tiene textura, consistencia y palpabilidad -al menos eso creo ahora que es noche y hasta los grillos han muerto envenenados con sipermetrina, destinada originalmente para el aedes aegyptis-. Mi abuelo me sugiere, sin embargo, que mi proyecto es un despropósito; ha querido señalarme que el tedio tiene forma de tolvanera al mediodía: a pesar de inasible es sumamente inoportuno y tiene el color más insoportable, el de la tierra que vemos todos los días; la tierra que pisamos y sobre la cual derramamos nuestros orines para embadurnarnos con ella los miércoles de noche, borrachos de caña y soledad cuando no hay más que hacer porque es la costumbre, che ra'y, ani repenáti upévare.

Güena noshe, niños.

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