martes, 28 de abril de 2009

Cliché

El maniquí se ve en su forma esbelta y pálida en la oscuridad del depósito polvoriento. Durante meses, es el modelo que viste las prendas de estación -Primavera, Verano, Otoño, Invierno- y es receptor de miradas envidiosas lanzadas por ojos a reventar de aturdimiento. Lo envidian por las prendas costosas ―que no se ven vestidas por los villanos― y por la figura esbelta ―siempre en poses sugestivas y extremadamente arrogantes―. Aún así, y a pesar de convicciones y superficialidades, puede decirse que se ve hermoso en las vidrieras. Sin embargo, en esta oscuridad enclaustrada, pero no absoluta, así, despojado de atavíos y de poses extravagantes, luce macabro.

Está totalmente armado, a diferencia de sus pares, cuyas extremidades yacen esparcidas ―roedores gigantes se llevaron bocados de dedos y narices de yeso―.

Nadie toca a este maniquí en estas temporadas entre temporadas. Suele encontrarse en exposición en los lugares más destacados de la tienda, con iluminación perfecta y con las bisuterías más brillantes. Pero acá, en la existencia impávida, oscura y oculta, las ratas no lo tocan por el fuerte olor a desinfectante e insecticidas que le fueron aplicados durante el año. El maniquí vive una soledad impensada.

Y quizás en unas semanas, cuando Alberto venga a limpiar el depósito, y trate de cargarlo para cambiarlo de lugar, él lo deje caer fortuitamente, o casi fortuitamente. Quizás se esparza en pedazos por el suelo mojado y lodoso, que sus pies siempre calzados con “elegancia” no pisaron, y sea tirado a la bolsa negra, mezclado con las demás basuras vulgares.


2005

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