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lunes, 11 de junio de 2012

COMO UN VIRUS

*Publicado en la edición Nº 20 de la revista/espacio de expresión cultural El tereré, de Minga Guazú, en febrero de 2012.


En la corteza de la célula se aloja un cuerpo extraño, un organismo que prolifera ahí, y escinde lo que aparecía completo y cerrado: Para que gane el amor querés que el virus abra una hendidura en la célula, y la mate con su cópula. La imagen de un espacio de presencias difuminadas que pulsan por corporizarse –como fantasmas que parpadean en su intento por hacerse carne- es arrojada como una de las representaciones que se hace de la escena fronteriza del Este, que en el curso de su historia, reciente tanto, ha sido atravesada por múltiples territorialidades y grupos sociales de procedencia diversa que la han elegido como hogar o como lugar de paso en su tránsito hacia dónde; y que en la última década ve una explosión en slow motion de subjetividades, ectoplasmas, que desean inscribirse en el espacio, y hacerse cuerpo; alojarse en la célula para sobrevivir, produciendo sentido, significando, para que el hogar elegido sea un hueco a la medida del que lo habita.
            Pero un espacio abierto a múltiples subjetividades, grupos sociales, naciones –una escena con mapas y territorialidades superpuestas- es susceptible de tensiones, porque, en sus intentos por consolidarse en la escena, los anhelos ajenos pueden chocar con los de uno, y cuando no es posible encontrar la coincidencia la tolerancia parece comprometida. Nadie quiere perder porque sacrificar el anhelo propio es convertirse en la célula que morirá bajo el acoso del virus que también quiere sobrevivir; por eso es un momento de amor y de destrucción, de rosa atacada por el gusano, de tejido entregado como alimento al huésped.
            Además, entre todos los programas existen relaciones de fuerza: Porque algunos actores con mayor poder de producción de sentido y de puesta en circulación del mismo tendrán mayores oportunidades para hacerse audibles y de instalar su voz.

“La cultura se politiza en la medida que la producción de sentido, las imágenes, los símbolos, íconos, conocimientos, unidades informativas, modas y sensibilidades, tienden a imponerse según cuáles son los actores hegemónicos en los medios que difunden estos elementos. La asimetría entre emisores y receptores en el intercambio simbólico se convierte en un problema político, de lucha por ocupar espacios de emisión/recepción, por constituirse en interlocutor visible y en voz audible” (Hopenhayn, 2000: 72).

            No siempre ocurre así, pero podría llegar a ser preocupante el que la capacidad de producción de sentido y su puesta en circulación esté supeditada a la producción económica; porque opinás que las reglas de juego del Mercado no son tan “amigables” como a veces se muestran. Cuando en una reunión para discutir la modificación de la malla curricular de la carrera de Letras de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional del Este la directora académica decía que “la educación debe responder a las necesidades del Mercado”, una profesora tuya, a la que le tenés mucha estima, le respondía que “la educación debería responder a las necesidades de la sociedad”. Puede parecer demasiado romántico, pero no deja de alimentar tu inquietud.


La lengua que hablo

            Estas pujas por la producción y puesta en circulación de los sentidos se hallan inscriptas en un entramado que se complejiza al contemplar la diversidad lingüística en la que se llevan a cabo; el escenario es polifónico, y podría hacer pifiar la voz única de una autoridad altisonante que opacara las demás voces; sin embargo, existen presencias autoritarias más audibles cuyos sentidos subordinan la producción de grupos subalternos.
            En ciertos campos semánticos, la conjunción poder económico, una determinada lengua, y la capacidad de agencia constituyen una nueva fuerza que aparece no sólo colonizando los otros sentidos sino como autoridad colonial de hecho.
            La dicotomía castellano/guaraní, en su relación diglósica, cobra otros matices frente a la presencia del portugués principalmente, y en menor medida frente a algunas lenguas indígenas y diversas lenguas de las colectividades de inmigrantes en el Alto Paraná.
            El portugués como lengua del coloniaje disloca los sentidos y consolida una ideología que se halla implícita no necesariamente en la lengua sino en el modo de hacer y estar de una Mayoría de sus hablantes –mayoría no en el sentido de cantidad sino en señal de su fuerza autoritaria-; en el habla cotidiana las señales de esta dislocación ofrecen oportunidades creativas –porque siempre ha habido mezclas, y la idea de “pureza”, de identidad previa impoluta es un constructo muy fácil de desestabilizar-, pero también construye relaciones subordinantes y hace que el hueco del hogar elegido sea habitable sólo de una manera, excluyendo otros modos de estar en el lugar.
            ¿Calificarlos como mejores o peores? ¿Cómo puede la tierra no ser suficiente para modos de hacer “poco productivos” en manos de poca gente y a su vez ser insuficiente para prácticas “altamente productivas” en manos, también, de poca gente?
            Vos creés que la “productividad” no puede ser el único criterio para tener derecho a ser en la tierra, y que “adaptarse” es elegir la posición pasiva de la célula que será muerta por el virus que la corroe.



Célula herida

            Se puede tratar de reubicar aquello que ha sido sacado de sitio, pero no siempre se puede; se abre la huella en la tierra y al tratar de encajar el pie en el hueco que él mismo ha hundido, éste no se acomoda, aparece, de pronto, deformado; el pie de la hermanastra no entra en el zapato, y le cortan el talón, que ya no es pie completo, ya no es el mismo, y derrama sangre por las comisuras del cristal.
            Las intervenciones que actores inscriptos en diversas subjetividades y pertenecientes a distintos grupos sociales llevan a cabo en el espacio que les ha tocado o han elegido vivir, el sentido que asignan y que construyen cada día, tienen una fuerte dimensión política; lo que en política es coyuntural, las dislocaciones que genera un cambio en política, tienen una ingerencia a su vez en lo político. Entendés la política como una de las escenas de lo político en la que se disputan poderes, y que pueden cambiar de un día para otro según la fuerza que tengan las presencias de autoridad en la puja; pero lo que se disloca en el ámbito de lo político, es la herida que no se puede cerrar.
            Pero, ¿y si se cierra? Entonces hay que picar con insistencia, porque el tejido a veces es diestro para regenerarse; y si se desaloja el virus, la cicatriz puede volverse imperceptible. Aunque vos sabés que el silencio del virus no es sólo signo de muerte, porque a veces entra en estado latente, y, por suerte, siempre puede despertar.






BIBLIOGRAFÍA


Hopenhayn, Martín. 2001. “¿Integrarse o subordinarse? Nuevos cruces entre política y cultura”, en Estudios Latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización. Daniel Mato (comp.). (Buenos Aires: CLACSO).

domingo, 13 de noviembre de 2011

xsms 4/A. Buzo gris




Acá no te voy a poder. En el baño y en el lugar donde se orina, no muy. Que se diga retraída. Al contrario su buzo gris. Hay lluvia, y ayuda a mojarte. Los peces vivos se agarran con la mano. Fíjese usted, cómo se deslizan. Mira hacia la lluvia y se baja un poco, nadie, no, te voy a poder. ¡Me engana que eu gosto! Dar acá. Había luz que no luz pero mis ojos. Se abrió que me vibró y empujo en mi boca hacia la puerta su. Sin pensar ni una vez en mí, en mí al momento.

sábado, 4 de diciembre de 2010

domingo, 31 de octubre de 2010

mar'a

Sin título II. P/A 1. Xilograbado.
Damián Cabrera. 2010



es la última vez, señorito
AYER Dios te mira
¿y dónde lo que no se mide?
en Valenzuela dice que
una vena de mar dice que
ipypuku: tiene fondo largo te voy a hacer arrodillar
afuera todo está fechado
yo:
ya era
ya
yo
ya otra vez

*me fui al centro, y compré un traje de buzo de la mesita


domingo, 8 de agosto de 2010

WANDERLUST: La parte de los avipones

Cuca estaba sin remera, con una bermuda y sus descomunales championes. Sentado en la terraza de un restaurant coreano, chupaba las últimas pitadas de su bagulho, y se rascaba una axila donde el aerosol le había rociado accidentalmente, dejándole un rastro de puntitos rojos hasta una de sus tetillas. Me gustaría tirarme del Puente de la Amsitad con un salvavidas para ver qué te va a pasar si te tirás, hermano, te vas a romper el cuello, no digas macanadas.

A dos cuadras, Michelly le pedía fuego a Jenifer, que esta noche era Alberto para cuidadarlas a ella y a las otras travestis. La boca de Michelly se abrió con la forma de la de un pececito y se cerró con la de los labios de una flor carnívora sobre el filtro del pabilo tiñéndolo de rojo sangre, el rojo sangre de su colorete.

Eso era en el Parque Chino, y unos metros más adelante estaban las murallas del Centro Regional, murallas que con el motivo de la Copa América los estudiantes habían pintado con escenas folklóricas de los países cuyas selecciones participarían en la competencia, pero que luego fueron reemplazadas por los anuncios políticos y que ahora estaban impecablemente blancas. “Me estoy descascarando, las capas superpuestas de tinta se van desprendiendo de mí, y estoy medio desnuda”, le hacés decir. Te acercaste con el tubo de aerosol y cuando lo arrimaste a la pared, temblando, la muralla tembló, como si se tratara de un organismo, de un bicho que se eriza con timidez. Era un bicho que te daba el lomo, asumía la postura de un ambu’a, la de un tatú bolita, y sus dientes rechinaban de miedo. Cada vez que el bicho temblaba, te ibas metiendo, uno tras otro, un ladrillo en la boca y lo empujabas con ayuda de la mano garganta abajo; o quizás no, quizás sólo te hayas detenido a contemplar la muralla y te haya parecido poético adjudicarle cualidades animales para que tu gesto cobrara un significado más comprensible; quizás, embadurnando la muralla de metáforas tornabas tu gesto más humano para vos.

Cuca estaba sin remera caminando por los tejados del colegio y cuando lo vimos tenía los ojos fosforescentes, como los de los perros cuando el seguridad le alumbra la linterna a Michelly ésta le tira un beso, mi vida, churro, papito, mostrame tu cachiporra, y Jenifer, no, Alberto, no seas pesada, nde puta, le estira de la miniblusa.

Cuca te está mirando desde el último tejado, parado, con las piernas formando un isósceles. Después se puso a mear en las canaletas, pero yo me reí nomás. Entonces él empezó a grafitear la muralla y nosotras nos quedamos a mirarle, porque parecía que iba a ser lindo, y porque el seguridad iba a prenderle una. Pero cuando el seguridad llegó se sentó en un banco que estaba en la avenida y se puso a fumar con las travestis. Buena onda el grafitti del person, me gustó su divague, y el tipo quemó bulbo cuando me vio grafiteando con él, y nos cagamos de risa. La muralla se contorsiona, hace una ola, ondula, y la tierra tiembla y la cal se desprende de las paredes como zifones de talco, y caen pequeños cascotes, y vidrios multicolores que muestran su viso en los brocales, para que nadie salte, agora já era!

Cuca también parece un bicho, recostado contra la muralla con ambas manos apoyadas en la pared y las piernas flexionadas. Parece un boxeador, no, un nadador, porque está sudado como si hubiese salido recién del agua y apenas tiene diesiséis años pero tiene la barba de un rabino, y su padrastro le pega, por eso dice que cuando trabaje va a reunir plata para irse a Bolivia haciendo dedo. Ya está ya. Pega. Quedó bien. Y las travestis aplaudían, y qué kilombo, el seguridad hizo una mueca de desaprobación pero con un filo de sonrisa que supo a aprobación.

Sugerí una cerveza en la estación de servicio, pero las travestis insistieron en que las acompañáramos. Pero enseguida Cuca desapareció, no supimos cómo, y a mí me pareció buena idea volver a casa nomás, no fuera que la policía pasara o no llegara a tiempo para el trabajo, pero parece que me quemo, que ardo por dentro, como si cientos de burbujitas estallasen ensangrentadas bajo mi piel, una rabia de todo, una inflamación, una erección como si no parara de bombear sangre y me fuera a auto-castrar, pero más bien al revés.

Y VOS, ¿CÓMO TE LLAMÁS? La realidad me la tomo muy enserio, nde. Me encanta cuando leo una novela a lo largo de cuya trama se va ahondando en la personalidad de los personajes, en sus miedos, en sus secretos, en sus miserias y desventuras. Mi nombre es Cuca, te dije. Ya sé, pero vos, ¿CÓMO TE LLAMÁS? (Playback: “Decime cuál cuál cuál es tu nombre”). Yo soy Cuca, ¿y vos? Yo soy Michelly. Alberto, Jennifer para los íntimos. Mateo. JAJAJA, ¿como Mateo Gamarra? ¡Sháke Delfina!

Cada vez que le preguntás a alguien por vos es un llamado de auxilio. “Yo no PUEDO verme bien. No me veo con CLARIDAD y no me veo BIEN. ¿CÓMO ME VES?”.

-¿Cómo me ves?

-Te veo bien.

-¿Enserio?

-Sí, se te nota más feliz, más contento, menos deprimido...

-Sí, ya sé, pero... ¿CÓMO me ves?

martes, 6 de julio de 2010

WANDERLUST: La parte de los avipones

Los faroles de los autos las alumbraban y los conductores sacaban las cabezas por las ventanillas para saludar los nacimientos con semblantes que pasaban por el reproche, la resignación, la burla; luego el sol iba tiñendo lentamente las murallas: murallas de escuelas iban incorporando el amarillo; murallas de casas descubrían otras formas, además del musgo, impresas, cuando amanecía; murallas de estacionamientos reflejando la luz que encandila y desdibujando los contornos con el centelleo. Estarse quieto, no moverse. La yuyera se detiene a observar el dibujo y luego se aleja con una sonrisa pícara. Sentarse y estarse quieto, serenado, inmóvil, patética y enternecedoramente ahí nomás, ahí donde se está para ver mejor porque ahí se ve bien, antes de que los funcionarios de la municipalidad vengan con su ejército de rodillos y pintura blanca. Dos enamorados se detienen a observar el dibujo y se alejan con una fotografía pícara. Enjuagarse la frente con rabia y empapar los cabellos grises, enjuagar los lentes y secarse el cuello con un pañuelo. La vena pulsa con rabia e irriga los capilares entumecidos hasta el ardor. El cuero cabelludo pica y falta aire. Una señora se detiene a observar el dibujo y se aleja con un hipo pícaro. Llegan los funcionarios con los rodillos y la lata de pintura. Mirarse, mirar, sentarse a tomar tereré, que nadie nos ve y podemos ser sin la luz opresora de los ojos grandes, ch'amigo. Los dos funcionarios se detienen a mirar el dibujo y se alejan con transigencia pícara.
PARECE MÁS UN JUEGO.
Por la mañana, el mismo rito de detenerse a mirar y seguir con las vidas. Antes de que termine el día, las paredes blancas, espléndidamente blancas. Por las noches, la espera agazapada (para algunos, como la espera del periódico; para otros, la visita del amante). Por las mañanas, sobre la todavía húmeda pintura blanca, nuevas formas vivas imponiéndose; y por debajo de la pintura blanca, formas ectoplásmicas, los fantasmas de los diseños asesinados tenían una historia como de sombras, detrás de un espeso tul.




En algunos lugares, pasan veinticuatro horas entre un nacimiento y otro, con tanta periodicidad, con tanta visibilidad, que a veces la gente se acostumbra, sigue con sus vidas.

WANDERLUST: La parte de los avipones

PERO ESTÁ EL OTRO. No hay que llamarle por su nombre. La palabra evoca, y en guaraní, ciertas palabras son demasiado evocadoras, no se dicen, existen, pero se callan. Cuando dicen “I love you” es como decir hola, incluso cuando alguien que no habla inglés lo raya en el pupitre, lo grafitea en una muralla o lo talla en un árbol: Es volátil. No se dice “rohayhu”, no con esa facilidad, es complicado explicar por qué, pero su pronunciación sobrepasa el pudor a lo cursi. No se lo nombra a él tampoco, la perífrasis es necesaria. Karai pyhare, mejor, o decir ése, aquél, lo otro. No se lo nombra porque nombrándolo se lo llama, o se evoca su imagen que en sí ya es demasiada aterrorización. Él no nos contagia el virus de ser él, no podemos ser él, podemos acercárnosle, inclusive, entablar cierta forma de amistad con él, que nunca es plena. Hacerle regalos puede implicar que él nos haga favores, pero una vez que los regalos cesan, es la ira. No lo vemos cabalmente, pero lo presentimos, e intuimos que es feo. Él está ahí.

La carreta cayó al río y mi bisabuela clamó por su ayuda. Éste la arrancó de las aguas y la arrojó a la orilla. Desde entonces, ella le donaba los regalos usuales. Y exigía que se lo respetara.

Pero también se le han atribuido crímenes. Muchas mujeres han relatado brutales violaciones que resultaron en embarazos, en su mayoría abortados; pero se le conocen hijos. “Ivaive pomberora'yfotokópia sédulagui”. Se ha sabido de hombres que recibieron golpizas, encomendadas por algún rival.

He conocido a una señor que solía presentar marcas de golpes en todo el cuerpo. “El pombéro me pegó”, me decía.

¿Pero quién es el pombéro? ¿Es un ser fantástico, un duende omnipresente que vaga por los poblados paraguayos? ¿Es una especie homínida desconocida? ¿Es una etnia ignorada que se refugia en los remanentes de montes junto a los poblados campesinos y en los baldíos de los suburbios? ¿Es el enemigo?

Y ESTÁS VOS.

WANDERLUST: La parte de los avipones

El ladrillo está allí, solo, indefenso. Verde, pequeñito, no es nada, no pasa de un trozo de barro cocido, inofensivo; pero la suma de los ladrillos, el cemento y la altura, entonces es el peligro, entonces se revela su potencial peligroso. Toda muralla es un disparo de escopeta, estoy seguro de ello, es un balazo; a menos que sea un mural, que es como neutralizar la muralla; a menos que se la derribe, que es como un balazo, pero al revés: Revolucionario.

El demoledor, ¡eso era! Mañana a las doce, sí o sí. Y volveré inflamado katuete.

Por la ventana de mi pieza no se ve mucho: Habrá que dar una vuelta por la plaza para verlas imperativas; y puesto que la claustrofobia, y dado el buen comportamiento de la ciudadanía, habrá que intervenir, habrá que provocar un sacudón, por no que el hábito nos acostumbre, o que la costumbre nos habitúe. Mañana, después de obedecer, después de cooperar y las calenturas, voy a inquirir en algo que me inflame katuete.

Hay que verlas blancas, espléndidamente blancas. Me paro en medio de la avenida, en medio del zumbido de motores y luces de la hora pico, y las veo levantadas en torno mío: Murallas. Excluyen, separan, decantan. Se cierran hacia fuera, se imponen sobre la libertad. Más que privación de la vista del otro, implican negación de la visión del otro, negación del otro.

Y ahí veo a los griegos, orgullosos de ser civilizados, de que sus murallas los separasen de los bárbaros. Y se trasluce la ideología de las murallas, lo que han sido a lo largo de la Historia. Lo que está dentro de su circuito nos es privado: El ser, lo bueno, lo seguro, lo bello. ¿Y qué queda afuera?: La barbarie, el no-ser, la violencia, lo feo. Imposición de estatus e intimidad. Ojos que no ven, corazón que no siente es un lugar demasiado común para nuestro gusto.

Lo de mañana será algo sencillo, nada complicado; algo que sirva de práctica y a la vez de iniciación. He empezado con las pedradas para infundirme arrojo, y hasta me he instruido en lo que respecta a la fabricación de bombas caseras, pero intuyo que lo mío va por otro camino. Voy a hacer un grafitti, bastará con una paloma de la paz o alguna boludez como esa, qué sé yo.

Estoy lejos de dar la otra mejilla. Los ladrillos se atiborran en mi boca y los dientes me duelen terriblemente. La masa húmeda de cemento asoma por mi boca, mis cachetes hinchados, mis ojos rojos. Me resulta imperioso retrucar. Pero sin tradición de violencia -con aquellas violencias épicas distorsionadas o proscriptas-, con el concepto de violencia remitido a lo doméstico, a lo delictivo, me propongo recrear la violencia para que hable por lo que creo. Pero no estoy seguro de lo que quiero, los cuestionamientos me atraviesan, porque soy joven y tengo miedo de equivocarme, tengo miedo de que mis contemporáneos me cuestionen, que la historia me cuestione, militante trivial de quién sabe qué. En particular, me perturba eso de pensarme con lástima, de pensar mi dolor como un dolor distinto, casi ennoblecedor. Por eso milito en el anonimato, aunque eso no determina nada. ¿Habría sido más digno militar en el anonimato asqueado por el narcisismo? No importa. Lo cierto es que visibles o invisibles los demoledores están por ahí, agazapados, entablando sus luchas en la intimidad en nombre de un... ¿bien mayor? A estas alturas, más de lo que pueda pensarse de mí, me preocupa lo que pienso yo de todo esto, ahora que he leído tanto y me he vuelto tan escéptico. No sé de dónde tanta rabia, pero sé que debería ser una rabia funcional.

miércoles, 23 de junio de 2010

WANDERLUST: Hay que salir de la isla. Xiru ombokuru La babosa.


Areguá, 29 de Enero de 1945.





Padre Rosales:




Le escribo esta carta con la más pura resignación de una mujer cristiana y padeciente de cuantos sufrimientos sean posibles, pero con total conciencia de que el acto de denuncia que llevo a cabo contra mi hermana no es más que para su bien y el bien de la iglesia que está deshonrando en la comisión Pro-Templo con el cargo de presidenta que usted mismo le ha conferido.

Debo confesarle, padre, con honda tristeza, que mi pecadora hermana, desde la muerte del señor Salcedo, se dedica a la lasciva lectura de libros pornográficos que tiene de amontones abarrotados en los cajones de su cómoda. Se pasa los días encerrada en su cuarto hojeando esas páginas asquerosas de las que chorrea lujuria. Debo decirle que imagina a los pobladores aregüeños como personajes de esas noveletas compartiendo capítulos con ella. Es probable que usted mismo esté pecando en la mente de esa morbosa pecadora que es mi hermana. Imagínese, todo un ministro de la iglesia pecando en el pensamiento de esa impura.

Además debo decirle, aunque esta confesión me produce mucha vergüenza, que mi hermana ha caído en el muy puerco vicio del alcohol, y se bebe botellas y botellas de licor de anís que esconde en su cuarto, al que me niega acceso. ¡A mí que soy su única hermana!

Es sabido demasiado por todo el pueblo que la muy miserable me tiene a pan y agua desde hace siete años y que me obliga a firmar unos recibos a cambio del poco dinero que me da y con el que tengo que sobrevivir. Ni siquiera me permite ocupar a Pilar, la sirvienta, por lo que tengo que ocuparme del aseo de mi habitación, poniendo en riesgo mi salud, que por mi edad no tiene el vigor de años atrás.

Debería ver cómo se viste, la libidinosa. Parece, y perdone que lo diga, Padre, una de esas mujerzuelas que se pasean por los lupanares oliendo a caña y humeando sus cigarrillos; debe saber, padre que mi hermana también fuma, y eso no es un acto digno de una mujer decente.

Aún tengo para contarle infinidad de cosas de esta mi hermana que demasiado es pecadora, pero no quiero hartarle con estos pecados mortales que seguramente a usted lo deben estar turbando. Me despido de usted esperando que la gracia de Dios Nuestro Señor se derrame sobre Usted en abundancia y que tome pronta acción para separar a mi hermana del cargo de presidenta y colocar a una mujer más cristiana y más pura y consciente de la situación inmoral del resto de la población aregüeña y capaz de sacrificarse para salvar el alma de sus prójimos del fuego del infierno.


Humildemente,



Doña Ángela Gutiérrez

WANDERLUST: Hay que salir de la isla. Xiru ombokuru La babosa.




Areguá, 23 de Febrero de 1945.




Querido Padre:



Te escribo esta carta para contarte todo lo que estoy sufriendo en mi estancia en Aregua y la triste vida matrimonial que llevo.
Hace unas noches, lo pesqué a Ramón visitando la pieza de la catinga de Paulina. Me asquea que después de haberse revolcado con ella tenga ganas de tocarme a mí. Creo que la estancia en el campo le está haciendo daño, se está volviendo cada vez más campesino. Ha cambiado su modo de andar y de vestir, ya no se afeita y se la pasa hablando en guaraní y riéndose con otros campesinos cuyo parecido con Ramón me aterra cada día más.
La noche anterior llegó borracho, como casi todas las noches. Entró a la pieza lanzando injurias contra ti y contra mí. Mientras te cuento esto derramo algunas lágrimas sobre la carta, pero es que anoche Ramón me pegó y armó un escándalo del que todo Aregua se ha enterado, ya que los vecinos tuvieron que acudir a salvarme porque por poco me mata.
Papá, yo pensaba que la estadía de Ramón en la tranquilidad del campo lo ayudaría a escribir la novela de la que tanto habla, pero anoche nos acusaba de culpables de su relegación literaria. Te acusa de miserable por no haberle ayudado a irse a Buenos Aires o haberle dado una casa en Asunción.
Me duele tener que concordar con él, querido padre, pero, creo que Areguá lo está animalizando y que Asunción podría devolverle los modos de hombre de ciudad que ha reemplazado por los del tosco campesino.
Te pido, querido papá, que pienses en el tormento que estoy viviendo en esta casa, lejos de mis amistades y sometida a la violencia y la infidelidad de Ramón. Espero que puedas ayudarme en la brevedad posible y ayudar a Ramón para que vuelva a civilizarse.


Un beso de tu hija que te quiere.



Adela

martes, 15 de junio de 2010

Dar sin recibir (teatro de títeres)


Cristian Toto, actor minguero chae.


Circunstancia A

ALBERTO: Yo mi techo era demasiado bajo y a la siesta era inaguantable.
MIGUEL: Yo mi abuela en el patio.
ALBERTO: Pero ahora…
MIGUEL: Claro, eso más antes.
ALBERTO: Ahora imposible.
MIGUEL: Y sacaba su mosquitero.
ALBERTO: Claro, porque o si no…

(...)


MIGUEL: Yo antes me gustaba el verano.
ALBERTO: ¿Y ahora?
MIGUEL: Ahora ya no.
ALBERTO: Te gusta el invierno entonces…
MIGUEL: No tanto. No me gusta el frío, me hace doler todo el cuerpo.
ALBERTO: A la pinta, qué tea entonces lo que te gusta todo. A vos no te gusta nada luego me parece…
MIGUEL: Claro que sí me gustan muchas cosas.
ALBERTO: ¡Qué lo que te gusta entonces!
(PAUSA)
MIGUEL: Yo mi miedo ahora mismo es quedarme solo.
ALBERTO: Yo mi miedo es que mi hijo pase hambre, y me odie.
MIGUEL: Yo no voy a tener hijos.
ALBERTO: Pero si es lo más natural del mundo.
MIGUEL: Tener hijos es muchas cosas, hermano.
ALBERTO: ¿Cómo sabés?
MIGUEL: No sé. Intuyo nomás.
ALBERTO: Intuís que no vas a tener hijos.
MIGUEL: Yo no intuyo nada… Yo no voy a tener hijos.
ALBERTO: Yo mi miedo es que no tengo trabajo y que mi hijo pase hambre.
MIGUEL: Yo mi miedo es estar solo.
ALBERTO: No tengas miedo, che dúki.



Circunstancia B

Conmiseración

ALBERTO: Yo tenía quince años por ahí. Siempre andaba por la calle, pynandi. Pasaba así por un yuyal y escuché que lloraban los gatitos. Ahí me acerqué a revisar y estaban en una bolsa de arpillera. Les tiraron para que se mueran. Pero no abrí la bolsa. Después más tarde pasé otra vez por el mismo lugar y lloraban todavía. Y casi les iba a soltar pero en vez de eso compré un cebollón y les reventé todito a los pobres michi.
MIGUEL: En la calle más desolada se fríe el cuero de un sapo. Había sido un sapo muy gordo, satisfecho de sí mismo. Pero cruzar la calle implica un riesgo, a pesar de la soledad aparente. Entonces se pensaría en el desamparado sapo, en su sensación de desamparo, aplastado, con sus últimos respiros cutáneos y pulmonares después de haber sido aplastado por el camión, o la bicicleta. Y la calle es de las más desoladas. Pero el sapo no espera auxilio, el sapo respira con apuro, se mueve y se agita como si estuviera siendo comido por una serpiente y todavía, con los últimos pataleos, tuviera la oportunidad de escapar. Pero la ponzoña del camión, o de la moto, lo tiene inmovilizado, inválido para siempre. Él hace el ejercicio cerebral de correr, de salir dando brincos nerviosos, pero los brincos no se producen. Entonces, siempre mentalmente, invierte el doble de esfuerzo. Nada. No pasa nada.
ALBERTO: Nápy febrero kaigue! Qué pila’i que estoy. Domingo ka’aru, ni mbéru no fly. Seca. Ndaipóri mba’eve, to’ólo.
MIGUEL: Un cordón verde, un cordón rosado, un cordón violeta, y un cordón amarillo. Así andaba sacudiéndose el pelo, pero para cuando eso era seguro que se moría. Y uno siempre tiene miedo de que le moje la lluvia. A veces las cigarras se ponen a sisear al unísono y parece que conciertan el siseo para uno, pero hay que ver lo ombligo que uno se siente a veces. A veces me pongo a imitar el siseo de las cigarras, como si ese lenguaje me doblegara o como si buscara respuestas. Pero ella no. Un cordón verde, un cordón rosado, un cordón violeta, y un cordón amarillo, y la muerte agazapada detrás de sus párpados, en algún tumor oculto e inextirpable. Pero ella como si nada, invulnerable, muriéndose desde adentro pero totalmente loca, la diva queer sambando en el mercado de abasto, en el parque chino, saciando las hambres de hombres casados y aburridos, de futboleros y señoras solitarias, y ni para los remedios.
ALBERTO: “Si me falta el amor… No me sirve de nada… Si me falta el amor… nada soy…” Qué calidad que ya son algunas músicas de la iglesia. “Todos unidos, formando un solo cuerpo”…
MIGUEL: Yo puedo ayudarte, Alberto. Y… quiero ayudarte, chera’a.
ALBERTO: Yo ngo no tengo cómo pagarte, mi socio.
MIGUEL: No hace falta que me pagues. Nosotros ko somos amigos. Si vos estás bien yo estoy bien, hermano. Y vos ahora no estás bien y así no pega nada.
ALBERTO: Yo te prometo que te voy a pagar, chera’a, apenas pueda nomás. Si querés hasta de doy una garantía.
MIGUEL: No hace falta que me des… nada.
ALBERTO: Siento un poco de vergüenza katu.
MIGUEL: Para qué.
ALBERTO: Así me voy a creer demasiado ya yo.
MIGUEL: Por qué gua’u.
ALBERTO: A la pinta, si seguís haciéndome favores así voy a querer tomarme confianzas, jeje.
MIGUEL: Seguí soñando, iluso.


Circunstancia E

ALBERTO: (Aplaude. Aparece Lita.) Señora, me mandó decir Miguel que quería que le revise su luz.
LITA: Sí. Pasá nomás.
ALBERTO: Permiso.
LITA: No sé cuál lo que es el problema, viene y se va la luz, viene y se va. Revisame un poco (CORO: a mí) para que (CORO: yo) funcione bien.
ALBERTO: (Se sube a una silla y empieza a revisar el cablerío. Las luces se encienden y apagan. Ruidos eléctricos. El cablerío desciende, multicolor, y es la música.)
LITA: He aquí las instrucciones para disecar un caballo, Alberto, bien potro, he aquí el procedimiento más acertado, de cuclillas, con la espalda al aire, he aquí, un equino muerto, he aquí, el arte que nos congrega, aunque, atendeme, he aquí, de cuclillas, el caballo, y el procedimiento, el caballo que he de pelar bien pelado, y la carne se hizo verbo, el mensaje, el arte, ya vas a entender, he aquí, con la cola afuera, es medio complicado a los cuarenta y cinco, a los cincuenta y reumatismo y arterioesclerosis, pero con el caballo disecado, tripas afuera, Albertito, tus tripas afuera, tus embestidas demasiado tiernas para mi gusto, un destino, que no llegue, que llegues; para qué ponerse en ese plan, para qué equivocarse así, de todos modos en consecuencia de cómo no queda otra, así de simplemente entonces, he aquí el HORSE, para que luego así de tan como sea que ni tanto, y sin embargo muy, verruga extirpada, quiste sangrante, amputado por la fornicación, fruto de mis entrañas, kavaju nonato, abortado, mis tripas al aire, y mi cola, mi espalda, mis pechos, atendeme, he aquí el cavalo de fogo, la carne que mi boca articula, la carne que verbalizo, y vos de entenderme acabás, muy enormemente grande, como un cirujano inexperto. (Para la música).
ALBERTO: ¿Qué pasó, señora?
LITA: Nada, yo no dije nada.
ALBERTO: Qué mal que escuché entonces.
LITA: Sí, escuchaste mal.
ALBERTO: Ya está ya.
LITA: Ay, qué suerte.
ALBERTO: Puedo hacer algo más por usted, ¿señora?
LITA: No, nada. Gracias.
ALBERTO: Qué calor.
LITA: Sí, verdad. ¿Tenés sed?
ALBERTO: Sí, tengo.


Circunstancia F

MIGUEL: Hay una cultura que es más feliz. Una cultura de monjes que exploran el vacío, y una vez que el ejercicio resulta, son plenos. Qué ironía. Hay una cultura en la que Dios no interviene, en la que no se piensa a Dios, y por lo tanto reina la paz entre todos los hermanos, o al menos la paz prima. Hay una cultura en la que las personas no se ven sino como objetos, y por lo tanto se respetan; el otro no es más que la posibilidad concupiscente, el otro no es más que una cosa, una paja. No existe el amor, al menos no como lo concebimos nosotros. Hay una cultura donde el amor es otra cosa, es reírse de todo. Para nosotros el amor es llorar. Hay una cultura en la que no se come carne. Hay una cultura en la que las celebraciones duran años. Hay una cultura. Hay una cultura por la que yo voy caminando, libre del capitalismo, libre de querer poseer las cosas, libre del engaño de poseer algo, desposeído, jaja. Hay una cultura por la que yo voy volando, con las mismas ganas de tocar algo, qué sé yo, el borde de una nalga, sin necesitar ser su propietario. Hay una cultura por la cual yo voy, qué sé yo, cantando, y dando, dando, dando, y recibiendo y recibiendo. Pero yo siempre, siempre, siempre doy. Y nunca recibo. Pero nosotros somos al revés. En vez de buscar la vacuidad, buscamos llenarnos de cosas, de personas, de ansiolíticos, de placeres, y nunca nos llenamos porque nuestros buches no tienen llenadero. Yo siempre doy, y nunca recibo. Aunque, es cierto, a veces sólo recibo, y no doy. Por fin entiendo la metáfora de Henry Ford, es lo que hay.





SEGUNDO PERÍODO

Circunstancia B


MIGUEL: Para que la moto me inspire dar la otra mejilla, para que los hipos mojados de una culpa-lástima, en tanto que por medio de determinado rencor cristiano se desdibuje mi misericordia, que en consecuencia es la suma de los salvo que, salvo que en definitiva los animales no posean alma, pero la doctrina de los santos es parvularia y heme aquí trazando los parámetros para que, siempre que la ficción no incida, ni la pasión, pueda salmodiar mientras regalo la otra mejilla, el mentón y la nariz, para darme de cuatro con la escopeta del militar encañonando mi boca temblorosa, oh milico de pie frente a mí, tan poderoso, o excelentísimo, o domador de los débiles, títere en fin, pero qué más da, por este lado de la acera las lluvias son más tormentosas, de manera que al final habrás de mojarte con los meadas del cielo que no es otra cosa que el escenario, Eustaquio, que no es más que fotograma, imagen digitalizada susceptible de photoshop de esto que intuyo teológico pero que no supera la vulgar ontología, somos todos perros al fin y al cabo, pero más perro yo, más de tantas cuestiones excluido. La moto pasa raudamente, no pasan los motociclistas, que montados a la máquina se convierten en andorides, los cyborgs del valle, de la villa, del barrio que se regalan existencia, que se dotan de visibilidad matando perros por las calles, dilacerando sus cabezas con sus armas de contrabando. Matame, Eustaquio, matame. Reventame el cielo de la boca con tu fuego pétreo, devolveme no sé qué, torname susceptible de lástima para que alguien me llore, para que los medios me retraten exageradamente, un episodio más del imparable fenómeno de la violencia, haceme espejo de esa cotidianeidad cada vez más visible con su desmi(s)tificado misterio, el desierto y el laberinto que se funden para hacerme desaparecer. De lo contrario, siempre, por qué no, por un instante al menos, quién te niega el derecho, ponete del lado de mi miseria, que te duela por donde me meten, para que no te metan por donde nos duele a todos, compa-ñero cañero, hermano del alma, conmiserate, ch’amigo, no me des la espalda, que no es otra cosa que otra mejilla, la peor de todas. No me pretendas impune de estas emotividades, que yo también te com-padezco, me dolés muy en el fondo, Eustaquio, pero es buena señal que me duelas adentro, señal de que siento, de que te siento muy allaité, compái, donde un perro mugriento y roñoso te lame las heridas, te lame todito luego.



Circunstancia D


(Sigue la música de Sonia.)

ALBERTO: Che ja’aháma, che áma.
LITA: Terehóma chéve upéicharö. Aníke rejujey che inchávo. Ko’ápe jananderendavéima.
ALBERTO: Anichéne ajujey.
LITA: Néima upéicharö.
ALBERTO: Rombyasy katu...
LITA: Ndaipotaietépa chembyasy. NaikotevëiETEvoi ne ñembyasy, che karai.
ALBERTO: Anína reñembotavýti, che rréina.
LITA: Ndachetavýi. Pero animal jepe ogusta jatrata porä ramo.
ALBERTO: Ha nde piko animal mba’e?
LITA: Nde katu la animal, nde jagua puérko reikóva, nderejuhuichéne cheichagua mamove, rentendépa?
ALBERTO: Jagua arriéro ko ohohápente ovy’a.
LITA: Terehóma chéve upéicharo reheka nderuparä.
ALBERTO: Jajodespedi poräna, che reindy, ndovaléiko upéicha japoi ojoehegui.
LITA: Kuréntepeko peteïchante imongaruha inupahä ndive.
ALBERTO: Nde katu reikuaáta…
MIGUEL: Kuarahy, mboriahu poncho.
ALBERTO: Mboriahu, ñandejára verrenke rupa.
(Pausa)
ALBERTO: Ñanemboriahumíramo jepéko… jareko katuete ja’uarä oñondive... (Pausa) Ajépa, Miguel…
MIGUEL: HËE.


Circunstancia E

CORO: Pito, pito, colorito, dónde vas tu tan bonito, pin, pon, fuera, era ña María Kasö kartéra ha opyta omano ikéra, ha’uhápe mbokaja, cheikaräi mbarakaja, chesalva che rovaja.

ALBERTO: Pobrecito angá, es la señal cifrada, que te atraviesa, te parte en dos y te rocía sangre sobre la voluntad, sobre tu ánimo. Aichejáranga, la osamenta, che dúo, aichejárangana. Chúlina, la osamenta, apuchúlina las pirañitas que se prenden de cada uno de tus bolsillos, que te pelan, nemoperö. Te descascaran para revestirte de mba’émbo. Pobre angá el asaltante, el secuestrador, tan moderno que sos. Pero indio xenófobo que arco y flecha en mano contra un racismo al revés, chuleado por la violencia religiosa y con la diglosia puesta al servicio de las polillas de una mala conciencia que proponen los críticos mba’émbo para evitar la caridad, tan cara a nuestros afectos, vicio atribuido al Cristo jesuítico de madera, los dioses sufrientes y flagelados, la Virgen María, diosa mujer, oprimida y libertaria, mamita. Una madre de López, asesina y libertaria, que por poco muere de la mano de su propio huevo, un tirano fratricida y la síndrome de Estocolmo los empujaron al borde de quién sabe qué desgracias. Miguel, Miguelito, mi cuate, no seas egoísta, la aureola de la lástima me sienta bien a mí, ch’amigo, pero a vos, pobre angá, ¿y a vos, Miguel? Te queda grande.

CORO: Pasará, pasará, el último akächara. Pasará, pasará, el último akächara.

MIGUEL: No pasará nada hasta que no me llames sollozando. No sino hasta que vibre en mi oído lo que quiero escuchar. Ni abrazaré orden alguna, ni me dormiré como feto en vientre ajeno.

CORO: Pasará, pasará, el último akächara. Pasará, pasará, el último akächara. PASARÁ, PASARÁ, EL ÚLTIMO AKÄCHARA.

(Se apagan las luces).



(...)

sábado, 29 de mayo de 2010

Ahendu che kérape





Péina ahendu sapy'a che kérape peteî músika chemopirîmbáva ha, pono che resarái, pya'e apu'â ha agrava una parte. Heta tiémpo ohasa, ha upéi ajagarra ha ajapo chupe ko arreglo'i.

martes, 12 de mayo de 2009

WANDERLUST: Extrañamientos: Ignorancia

Björk - Wanderlust (2008)

Uno puede extrudir sus demonios. Puede pasar que nos abramos en el vientre una herida con la formita de un hombrecito y pujando -no sin cierta alegría- practiquemos el exorcismo. Una vez secretado el hijo, la cosa, se pueden sentir muchas cosas -algunos podrían pasar del orgullo a la envidia-; supongamos que yo sienta asco y se me ocurra matarlo aplastándole la cabeza.

Es primordial, en estas cuestiones, establecer algunos límites -en ocasiones puede ser de vida o muerte-. Me han referido la historia de un sacerdote de origen desconocido -habría sido escandinavo por las descripciones que me ofreció el compilador del volumen-: Había venido a estas tierras con la misión de evangelizar a sus bárbaros y, víctima de su desmesurado atractivo viril y su irrepetible popularidad entre las mujeres de la aldea, decidió extirparse el género para no corromper su tan altamente evangélico propósito. Pues bien, me figuro que en ocasiones algunos límites son forzosos, como el tal.

No me bastaría argumentar dignificando mi vocación homicida: Siempre tendría la sensación de estar cometiendo suicidio, oh humano de mí. He comprobado que mi cosa ha adquirido los vicios más deleznables -ha incurrido, incluso, en el uso de cierta retórica (de tal palo tal astilla dirán los chismosos)-. Le ha dado por beber, por ser promiscuo y por dedicarse a la investigación, cuando basta mirarle la frente para comprender que carece absolutamente de vocación para esos ejercicios. Lo odio, tengo que reconocerlo. Participa de encuentros partidarios y ya integra la comisión vecinal y la comisión de padres de una escuela rural -no le conozco hijos, ¿o es que los protege de mi talón?-.

Cuando me informan que tiene el poder de la mitosis, no pude sino llorar. ¿Cómo he permitido que el tumor que me extirpé extienda su descendencia por los lugares que amo?

Soñé alguna que vez que era piloto de aviones y que la desgracia era inminente. Tiré de la palanca y salí disparado por el techo de la nave. El paracaídas se abrió y me mostró el siniestro tiñiendo de rojo ese lugar alejado de la selva. La agitación era grande y la respiración se me hacía más dificultosa, como si estuviera a punto de despertar de una pesadilla; como si yo no fuera el piloto, como si hubiese soñado que era piloto de aviones, cuando en realidad era una nave que despertaba con sus intestinos metálicos revueltos y con mi conciencia volviendo a mí, volviendo a mi cuerpo, como un piloto de aviones cuyo paracaídas ha fallado y cae desde el vacío sobre mí.


Damián Cabrera
2009

martes, 28 de abril de 2009

Saludos, visitantes

Estamos ultimando detalles para la publicación de Xiru en formato libro-ite. Agradezco la buena voluntad de Maggie Torres -poetiza asuncena de cabello enrulado así-así que estudia en Colombia con los guajiros y los vallenatos y los Buendía (mi repertorio de arquetipos es limitado cuando el tema es Colombia)-, agradecerle por ayudar a publicar una parte de la novela en formato cartonero que por razones que prefiero no comentar permanece "casi" semi-inédito.

Mientras me gustaría compartir con ustedes algunos cuentos. Los cinco primeros pertenecen a la humilde colección de cuentos titulada "sh... horas de contar...", publicada en 2006 (sí, todos queremos contar, ser partícipes, ser visibles y ocultables, existir, ser). Sirven como documento, y a algunos les tengo mucho cariño, y son: Cliché, la historia de un manequí frívolo; Camiones, una suerte de elegía a la inocencia y la pasión desacertada; Surré, algo de humor en torno a la celebridad; y jeans Ajustados, uno de los cuentos que me permitió hacer muchos amigos en el Este -no en los ómnibus, una lástima-, y gracias al cual me gané una maestra.

Como bonus les entrego Umbral y Pifias y comedimientos, una perla que puse en Asunción y la otra en el Este.

Un abrazo.

Cliché

El maniquí se ve en su forma esbelta y pálida en la oscuridad del depósito polvoriento. Durante meses, es el modelo que viste las prendas de estación -Primavera, Verano, Otoño, Invierno- y es receptor de miradas envidiosas lanzadas por ojos a reventar de aturdimiento. Lo envidian por las prendas costosas ―que no se ven vestidas por los villanos― y por la figura esbelta ―siempre en poses sugestivas y extremadamente arrogantes―. Aún así, y a pesar de convicciones y superficialidades, puede decirse que se ve hermoso en las vidrieras. Sin embargo, en esta oscuridad enclaustrada, pero no absoluta, así, despojado de atavíos y de poses extravagantes, luce macabro.

Está totalmente armado, a diferencia de sus pares, cuyas extremidades yacen esparcidas ―roedores gigantes se llevaron bocados de dedos y narices de yeso―.

Nadie toca a este maniquí en estas temporadas entre temporadas. Suele encontrarse en exposición en los lugares más destacados de la tienda, con iluminación perfecta y con las bisuterías más brillantes. Pero acá, en la existencia impávida, oscura y oculta, las ratas no lo tocan por el fuerte olor a desinfectante e insecticidas que le fueron aplicados durante el año. El maniquí vive una soledad impensada.

Y quizás en unas semanas, cuando Alberto venga a limpiar el depósito, y trate de cargarlo para cambiarlo de lugar, él lo deje caer fortuitamente, o casi fortuitamente. Quizás se esparza en pedazos por el suelo mojado y lodoso, que sus pies siempre calzados con “elegancia” no pisaron, y sea tirado a la bolsa negra, mezclado con las demás basuras vulgares.


2005

Camiones

Nadie sabe de dónde vinieron. Simplemente los vimos llegar una mañana al valle, descendiendo lentamente por la estrechez de la ruta, rodeando al villorrio, con sus cargas desconocidas que cautivaron nuestros intelectos hasta el exacerbo.

¿Quiénes son? ―pregunté a papá.

El progreso ­―contestó con dubitable seguridad.

No me lo tragué. Y una indagación empezó a germinar en mi entendimiento.

Me escabullí entre la perenne serpiente motorizada, y caminando a su lado, saludé a uno de los conductores.

―¿Quiénes son? ―repetí insatisfecho con la respuesta paternal.

­ ―La globalización ―respondió.

Quedé absorto. “¿Así, en estos camionzuelos chatos?” No pude sino quedar ofendido. Y un olor bochornoso hostigaba mi olfato. ¿SOJA?

El descenso duró días. Y de madrugada, jóvenes que envejecían vertiginosamente se escapaban hacia la luminosidad escondida por las montañas. Eso me cautivó más aun.

­ ―¿Quiénes son? ­―pregunté a papá.

­ ―¡Locos! ―respondió.

Ya adolescente logré alcanzarlos. Una afluencia mínima, pero admirable.

­ ―¿Hacia dónde vamos? ―pregunté.

―Hacia las utopías.

Y nos dormimos caminando hacia detrás de las montañas, sudando multitud de sueños descalzos.



2004