martes, 28 de abril de 2009

Camiones

Nadie sabe de dónde vinieron. Simplemente los vimos llegar una mañana al valle, descendiendo lentamente por la estrechez de la ruta, rodeando al villorrio, con sus cargas desconocidas que cautivaron nuestros intelectos hasta el exacerbo.

¿Quiénes son? ―pregunté a papá.

El progreso ­―contestó con dubitable seguridad.

No me lo tragué. Y una indagación empezó a germinar en mi entendimiento.

Me escabullí entre la perenne serpiente motorizada, y caminando a su lado, saludé a uno de los conductores.

―¿Quiénes son? ―repetí insatisfecho con la respuesta paternal.

­ ―La globalización ―respondió.

Quedé absorto. “¿Así, en estos camionzuelos chatos?” No pude sino quedar ofendido. Y un olor bochornoso hostigaba mi olfato. ¿SOJA?

El descenso duró días. Y de madrugada, jóvenes que envejecían vertiginosamente se escapaban hacia la luminosidad escondida por las montañas. Eso me cautivó más aun.

­ ―¿Quiénes son? ­―pregunté a papá.

­ ―¡Locos! ―respondió.

Ya adolescente logré alcanzarlos. Una afluencia mínima, pero admirable.

­ ―¿Hacia dónde vamos? ―pregunté.

―Hacia las utopías.

Y nos dormimos caminando hacia detrás de las montañas, sudando multitud de sueños descalzos.



2004

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