domingo, 5 de abril de 2009

WANDERLUST. Extrañamientos: Tedio I




Por más que chupo no sale. En mis labios tengo la impresión de que la bombilla ha dejado sus huellas; limpio mi lengua con los labios de lo que supongo es yerba y vuelvo a arrugar la cara, entonces la bombilla no es más que una prolongación de mi congestionada, arrugada y estirada cara como un embudo, derramándose en la guampa de cuerno de vaca que sostengo con ambas manos, como si me dedicara a la ejecución de un instrumento primitivo, como si estuviera rezando. Pongo tal empeño, tal ahínco en la succión que siento indicios de crispación en el maxilar, y miro a papá, busco en su cara algún consuelo o alguna excusa para hablarnos, pero él permanece incólume a mis desconsuelos succionales; creo que se ha resignado al hecho de que esta bombilla ya no sirve, que está herrumbrada y desecha por el tiempo, como él, como su cuerpo, como todo a nuestro alrededor; como nosotros que ni nos miramos, que si nos hablamos lo hacemos como frente a un espejo, a nosotros mismos, observamos que el viento, que el calor, y nada…; hoy el polvo lo abraza todo, nos envuelve y acuna con arrullos de paloma vieja; y papá, meciéndose en el sillón de cables no es otra cosa que un hombre de piedra, un espantapájaros junto al que estoy sentado para fingir que no me siento tan solo.

El hielo se derrite tediosamente en la jarra de aluminio con tantos parches; la bolsita de hielo celeste es una galopera acuática extenuada que se deshace lánguidamente. Por más que muevo la yerba la bombilla no me cede frescura alguna, y el agua se va volviendo espumosa en la guampa, como si se impacientara y se inquietara también; pero quien se queja es el desvencijado taburete que me reprocha haciendo rechinar sus clavos añejos que retumban en mi espinazo adolorido. Se me antoja que los huesos de las muñecas cansadas de mi viejo también chirrían, pero él no se queja como yo. Golpeo tres veces la bombilla en la palma de la mano y soplo, pero nada, todos los orificios están taponados y de pronto me cuesta respirar; el calor es sofocante, mucho más a esta hora de la siesta cuando el sol se topa de cara conmigo a través de las ramas del viejo naranjo, entonces parecería más apropiado acercarse al mango pero no tengo ganas de salvar esa distancia ahora, que si bien es efímera, se me antoja infranqueable; quizás porque me iría solo; a papá le gusta acá.

No es sueño, es cansancio, esa enfermedad… Esa añoranza. Golpeo tres veces más y miro a través del pico: dos, tres, más patas asoman del pico. Tomo al insecto de una pata y sé que gime, sé que llora, pero yo no lo oigo, mi oído está atento a otros murmullos: los míos: estiro mi brazo para bostezar y salgo volando por los aires para caer de espaldas en el charco tornasolado por las cáscaras de mandarinas, y un silbido de viento en mi pelo.

Así es, ahora soy eso, un insecto. Damián Samsa jugando al náufrago en el agua servida, asediado por los ñetî junto a cadáveres de hormigas exploradoras, Damián Samsa en el este río miserable, arrastrado por una corriente insalvable y aterradora; un hormiga me hace señas desde una hoja verde, pero antes de que pueda gritarle ¡aydame! Un remolino la traga viva salpicando agua por todas partes como si fuera sangre, esto promueve el desconcierto de los demás náufragos, entre ellos una perdida cola de amberé que pasó eléctrica junto a mí y hasta creo que quiso agarrarme de una pata. Y se acerca mi destino y muero ahogado rumbo a quién sabe qué arroyos para viajar para siempre o para terminar desintegrado por ahí, comido por un pez o por una rana que será comida por una víbora que terminará convertida en cinto para los de gusto exótico. Como papá. Cuántas veces ligué con su cinto de piel de jarará.

1 comentario:

kurubeta dijo...

Damián, espero che duki tu texto para Asunción (T) mata!
hasta 10 de abril...
neike!