martes, 28 de abril de 2009

Pifias y comedimientos

En el patio, las hojas que llovieron de los añosos árboles crepitan haciendo un recitado nostálgico con la suela de goma de tus zapatos de mercado. También es un recreación muy personal eso de hacer música por las siestas en el zaguán de la casa donde naciste hace cincuenta y pico cuando a unas pocas cuadras el colectivo resuella extenuado con su carga humana y en la siderúrgica restallan martillos y latones que se te antojan grasientos. La sonoridad del llanto de la hija de la vecina, por sobre todo, es lo que te embarga y perturba con su chirrido particular y la simulada asfixia de mocos e hipos que a cada tanto te sobresaltan: Llora sin lágrimas, deducís.

Te agarra a veces; te sentás, y como la guitarra está en la pieza –haragán-, te hacés el no sé qué y simulás un concierto o algo por el estilo. Y la grabadora que está en la pieza también, presta, esperándote junto a tu sombrero verde y tus botas de imitación de piel de yacaré hechas con cubiertas recicladas, tus guantes estampados, para que pidas permiso a seu Darci para grabar los sonidos que hacen los obreros que se ruborizan y empiezan a trabajar con torpeza.

Te gustan pues las excentricidades. Te gusta sacar el quesito y el vino, y hablar haciendo gestos extraños para que digan “qué loco”, y mostrar tu colección de incunables, que no leíste, que tenés porque te parece “cool” tenerlos; como te pareció “cool” enamorar a una Mak’a, o como te parece “cool” decir ellos y ellas, nosotros y nosotras somos…

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