martes, 12 de mayo de 2009

WANDERLUST: Extrañamientos: Ignorancia

Björk - Wanderlust (2008)

Uno puede extrudir sus demonios. Puede pasar que nos abramos en el vientre una herida con la formita de un hombrecito y pujando -no sin cierta alegría- practiquemos el exorcismo. Una vez secretado el hijo, la cosa, se pueden sentir muchas cosas -algunos podrían pasar del orgullo a la envidia-; supongamos que yo sienta asco y se me ocurra matarlo aplastándole la cabeza.

Es primordial, en estas cuestiones, establecer algunos límites -en ocasiones puede ser de vida o muerte-. Me han referido la historia de un sacerdote de origen desconocido -habría sido escandinavo por las descripciones que me ofreció el compilador del volumen-: Había venido a estas tierras con la misión de evangelizar a sus bárbaros y, víctima de su desmesurado atractivo viril y su irrepetible popularidad entre las mujeres de la aldea, decidió extirparse el género para no corromper su tan altamente evangélico propósito. Pues bien, me figuro que en ocasiones algunos límites son forzosos, como el tal.

No me bastaría argumentar dignificando mi vocación homicida: Siempre tendría la sensación de estar cometiendo suicidio, oh humano de mí. He comprobado que mi cosa ha adquirido los vicios más deleznables -ha incurrido, incluso, en el uso de cierta retórica (de tal palo tal astilla dirán los chismosos)-. Le ha dado por beber, por ser promiscuo y por dedicarse a la investigación, cuando basta mirarle la frente para comprender que carece absolutamente de vocación para esos ejercicios. Lo odio, tengo que reconocerlo. Participa de encuentros partidarios y ya integra la comisión vecinal y la comisión de padres de una escuela rural -no le conozco hijos, ¿o es que los protege de mi talón?-.

Cuando me informan que tiene el poder de la mitosis, no pude sino llorar. ¿Cómo he permitido que el tumor que me extirpé extienda su descendencia por los lugares que amo?

Soñé alguna que vez que era piloto de aviones y que la desgracia era inminente. Tiré de la palanca y salí disparado por el techo de la nave. El paracaídas se abrió y me mostró el siniestro tiñiendo de rojo ese lugar alejado de la selva. La agitación era grande y la respiración se me hacía más dificultosa, como si estuviera a punto de despertar de una pesadilla; como si yo no fuera el piloto, como si hubiese soñado que era piloto de aviones, cuando en realidad era una nave que despertaba con sus intestinos metálicos revueltos y con mi conciencia volviendo a mí, volviendo a mi cuerpo, como un piloto de aviones cuyo paracaídas ha fallado y cae desde el vacío sobre mí.


Damián Cabrera
2009

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