En la corteza de la célula se aloja un cuerpo extraño, un organismo que
prolifera ahí, y escinde lo que aparecía completo y cerrado: Para que gane el
amor querés que el virus abra una hendidura en la célula, y la mate con su
cópula. La imagen de un espacio de presencias difuminadas que pulsan por
corporizarse –como fantasmas que parpadean en su intento por hacerse carne- es
arrojada como una de las representaciones que se hace de la escena fronteriza
del Este, que en el curso de su historia, reciente tanto, ha sido atravesada por
múltiples territorialidades y grupos sociales de procedencia diversa que la han
elegido como hogar o como lugar de paso en su tránsito hacia dónde; y que en la
última década ve una explosión en slow motion de subjetividades, ectoplasmas,
que desean inscribirse en el espacio, y hacerse cuerpo; alojarse en la célula
para sobrevivir, produciendo sentido, significando, para que el hogar elegido
sea un hueco a la medida del que lo habita.
Pero un espacio abierto a múltiples
subjetividades, grupos sociales, naciones –una escena con mapas y
territorialidades superpuestas- es susceptible de tensiones, porque, en sus
intentos por consolidarse en la escena, los anhelos ajenos pueden chocar con
los de uno, y cuando no es posible encontrar la coincidencia la tolerancia
parece comprometida. Nadie quiere perder porque sacrificar el anhelo propio es
convertirse en la célula que morirá bajo el acoso del virus que también quiere
sobrevivir; por eso es un momento de amor y de destrucción, de rosa atacada por
el gusano, de tejido entregado como alimento al huésped.
Además, entre todos los programas
existen relaciones de fuerza: Porque algunos actores con mayor poder de
producción de sentido y de puesta en circulación del mismo tendrán mayores
oportunidades para hacerse audibles y de instalar su voz.
“La cultura se politiza en la medida que la
producción de sentido, las imágenes, los símbolos, íconos, conocimientos,
unidades informativas, modas y sensibilidades, tienden a imponerse según cuáles
son los actores hegemónicos en los medios que difunden estos elementos. La
asimetría entre emisores y receptores en el intercambio simbólico se convierte
en un problema político, de lucha por ocupar espacios de emisión/recepción, por
constituirse en interlocutor visible y en voz audible” (Hopenhayn, 2000: 72).
No siempre ocurre así, pero podría
llegar a ser preocupante el que la capacidad de producción de sentido y su
puesta en circulación esté supeditada a la producción económica; porque opinás
que las reglas de juego del Mercado no son tan “amigables” como a veces se
muestran. Cuando en una reunión para discutir la modificación de la malla
curricular de la carrera de Letras de la Facultad de Filosofía de la
Universidad Nacional del Este la directora académica decía que “la educación
debe responder a las necesidades del Mercado”, una profesora tuya, a la que le
tenés mucha estima, le respondía que “la educación debería responder a las
necesidades de la sociedad”. Puede parecer demasiado romántico, pero no deja de
alimentar tu inquietud.
La lengua que hablo
Estas pujas por la producción y
puesta en circulación de los sentidos se hallan inscriptas en un entramado que
se complejiza al contemplar la diversidad lingüística en la que se llevan a
cabo; el escenario es polifónico, y podría hacer pifiar la voz única de una
autoridad altisonante que opacara las demás voces; sin embargo, existen
presencias autoritarias más audibles cuyos sentidos subordinan la producción de
grupos subalternos.
En ciertos campos semánticos, la
conjunción poder económico, una determinada lengua, y la capacidad de agencia
constituyen una nueva fuerza que aparece no sólo colonizando los otros sentidos
sino como autoridad colonial de hecho.
La dicotomía castellano/guaraní, en
su relación diglósica, cobra otros matices frente a la presencia del portugués
principalmente, y en menor medida frente a algunas lenguas indígenas y diversas
lenguas de las colectividades de inmigrantes en el Alto Paraná.
El portugués como lengua del
coloniaje disloca los sentidos y consolida una ideología que se halla implícita
no necesariamente en la lengua sino en el modo de hacer y estar de una Mayoría
de sus hablantes –mayoría no en el sentido de cantidad sino en señal de su
fuerza autoritaria-; en el habla cotidiana las señales de esta dislocación
ofrecen oportunidades creativas –porque siempre ha habido mezclas, y la idea de
“pureza”, de identidad previa impoluta es un constructo muy fácil de
desestabilizar-, pero también construye relaciones subordinantes y hace que el
hueco del hogar elegido sea habitable sólo de una manera, excluyendo otros
modos de estar en el lugar.
¿Calificarlos como mejores o peores?
¿Cómo puede la tierra no ser suficiente para modos de hacer “poco productivos”
en manos de poca gente y a su vez ser insuficiente para prácticas “altamente
productivas” en manos, también, de poca gente?
Vos creés que la “productividad” no
puede ser el único criterio para tener derecho a ser en la tierra, y que
“adaptarse” es elegir la posición pasiva de la célula que será muerta por el
virus que la corroe.
Célula herida
Se puede tratar de reubicar aquello
que ha sido sacado de sitio, pero no siempre se puede; se abre la huella en la
tierra y al tratar de encajar el pie en el hueco que él mismo ha hundido, éste
no se acomoda, aparece, de pronto, deformado; el pie de la hermanastra no entra
en el zapato, y le cortan el talón, que ya no es pie completo, ya no es el
mismo, y derrama sangre por las comisuras del cristal.
Las intervenciones que actores
inscriptos en diversas subjetividades y pertenecientes a distintos grupos
sociales llevan a cabo en el espacio que les ha tocado o han elegido vivir, el
sentido que asignan y que construyen cada día, tienen una fuerte dimensión
política; lo que en política es coyuntural, las dislocaciones que genera un
cambio en política, tienen una ingerencia a su vez en lo político. Entendés la
política como una de las escenas de lo político en la que se disputan poderes,
y que pueden cambiar de un día para otro según la fuerza que tengan las presencias
de autoridad en la puja; pero lo que se disloca en el ámbito de lo político, es
la herida que no se puede cerrar.
Pero, ¿y si se cierra? Entonces hay que picar con
insistencia, porque el tejido a veces es diestro para regenerarse; y si se
desaloja el virus, la cicatriz puede volverse imperceptible. Aunque vos sabés
que el silencio del virus no es sólo signo de muerte, porque a veces entra en
estado latente, y, por suerte, siempre puede despertar.BIBLIOGRAFÍA
Hopenhayn, Martín. 2001. “¿Integrarse o subordinarse? Nuevos cruces entre política y cultura”, en Estudios Latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización. Daniel Mato (comp.). (Buenos Aires: CLACSO).
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