lunes, 13 de julio de 2009

CRÓNICAS BIZANTINAS: De la Ura: Cuento

Cada tanto repetía el ejercicio: sombrero ajado (no sabés luego para cubrirse de qué), el mismo palo, siempre, y el silbido irrepetible que ya sabemos.

Los pies menudos abriendo huellas en el camino, las huellas que otros pies sobreimprimen, ensanchándolas.

-Chéve una vez chegueraha peteî káva ha cherejarei ka’aguýre.

-Che una vez amanomi.

Nuestros hermanos mayores nos referían una y otras anécdotas imposibles, advertencias inútiles, bellas.

Papá está delante con el sombrero puesto. El palo dibuja una línea desde que salimos de casa. Ahora lo levanta, ahora cuando el sendero aparece comido por los takuapi; ahora cuando Luisa, la mayora, tiene mueca de lágrima.

El alcohol ablanda la charla y papá cree que refiriéndome sus anécdotas sexuales me acercará más. Yo soy consciente de ello, por eso le sigo la corriente, le hago preguntas, finjo interés, pero mañana en el desayuno no me va a mirar la cara y yo a no le voy a decir alguna vez te quise mucho, ya no.

-Pepyta chéve ko’ápe, âga atopárô la eíra ambopúta ko yvyra peteî yvyramátare.

Pancho llega desnudo, todo mojado con agua de arroyo, entrega un apere’a a mis hermanos, que se lo comen vivo, y Pancho se lleva a Luisa que llora aunque bien podría estar riendo.

El golpe truena sordo y es la estampida, la caballada que mutila la maleza, tan rápido que nos quedamos cortos en la carrera. Hubiésemos llevado piedras, no, no tenemos luna.

-Vos no conocés a tu papá, te sorprenderías.

-No me sorprende nada, papá.

-Una vez me acosté con una virgen.

-Eso suena interesante.

-Sí, interesante porque sos un pajero.

-Un qué…

-¿Un qué?

-Un humo hay allá lejos.

-Vamos a ver, seguro que es papá y eson.

-Jaha.

La india revuelve el caldo y nos sonríe. Los pechos más grandes del mundo y una espátula. La anciana es hermosa, pero ella me dice que es fea, que nos va a desayunar por la mañana, y la empuja a la hoguera. La india se debate en las llamas, está carbonizada y sus dos pezones son pequeños jaguares.

El resto es lo mismo, lo de siempre, la indiada con sus arcos y flechas, una laguna infranqueable y música de cumpleaños a lo lejos, siempre la misma esperanza.

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