lunes, 18 de mayo de 2009

Deleste

Toda ciudad es para mí plástica, maleable; y pongo a prueba esa maleabilidad con el sonido. El micro pasa zumbando y no hay cómo no evitar el botelleo y las ruedadas fundiéndose en un zordo zumbido vidrioso, neumaticoso, en el asfalto de toda ciudad; todas son la misma. Sea desperezándome o taladrando una pared, mi villa se abre desierta, se abre incólumemente lienzo y desierta. Y yo pues soy uno de esos bailarines sonoros que con cada movimiento levantan policromas elevándolos a la categoría de música; que da lo mismo que zumbo de colectivo o reyerta en mi villa.

No he visto muchas ciudades, y sólo he vivido en alguna, pero en todas hay mamarrachos y banderas deleznables; me ha contado Victorina que en Buenos Aires han levantado un muro para separar dos barrios, y en el último E-mail de Bob me refería la historia del saxofonista que vive en un cubo de vidrio en un centro comercial de Kansas (uno se ríe a la distancia, pero tan cerca que está de todo aquello).

Sí, como plastilina; no sé por qué, pero todas las ciudades me huelen a tango, a bossa nova, a jazz (la plastilina sería para una ciudad como el piso más alto de la maleabilidad). Es pura literatura, según he leído, son puros cuentos, pero es inevitable esa relación, y pasa el colectivo zumbando su vidriosidad y neumaticidad que yo ya otra vez tarareando el bum, bim, duba-duba, meu amor, meu chapa, y el frufrufrufururún del bandoneón, che (así, furrurrúnrrrrúnrrrrún –con muchas rr-). Sólo en Ciudad del Este (el nombre es hermoso, no le rinde reverencias a ningún milico que menos mal yace muertito ni a ningún manguruyú ni a ningún santo hegemónico: Una ciudad que se limita a llamarse por su ubicación geográfica, sin pasarse de la raya, la muy)… sólo en Ciudad del Este uno se permite no escuchar eso, y escucharlo a la vez, pero también escuchar muchas cosas más, aunque escuchar aquello o lo otro, no lo sé precisar, pero es y no es, y no importa qué sea, lo que sí es eso, nada, un lugar, y qué, sólo eso, y ya, ya está, ya está ya.

Ciudad del Este es la ciudad que se nombra por su ubicación geográfica, pero acá el tiempo es igual de irrefrenable, no se pega ni con cola, ni con saliva, ni con plastilina.

No, ella me conoció primero a mí, después yo la conocí a ella, qué yeta. Dicen que existe cierto tipo de enamoramientos que están cifrados por las circunstancias en que se conocen los enamorados; yo creo que aquel instante en el que Valeria y yo nos conocimos tenía algo de eso, algo de cierta circunstancia. En el Este, dulce, amargo, salobre, en el Este donde también aquello y lo otro, o cualquier cosa, pero en fin todo, y a la vez todo también, un zumbo de colectivo, un koreano fumando su cigarrillo con té helado, la cumbia paraguaya, el sol al mediodía frente al Monalissa, la mak’a de boca sensual, el moto-taxista, en medio de tantas cosas y una rubia rapái porno, dos silbidos que se cruzan, cuatro ojos enormemente abiertos y huecos y neumáticos, una trenza que es sonoridad polícroma y a la vez halago, y a la vez complacencia, qué sé yo, flechazo.

Lo demás es lo mismo, es lo de siempre, cualquier cosa. Basta con referir el tereré en el Parque Chino y una discusión sobre la feminidad de un travesti, chipas, bollos y empanadas (todo junto), más tereré, beso en la cabina de mando de la biblioteca municipal (ex aeropuerto), una noche en su casa, otra en la suya, nunca en la mía, para qué, menos mal. Y después de eso, coger tres veces de noche, una vez de mañana, volver a lo habitual en la ciudad –del Este-, alguna llamada, discutir sobre los remixes, sobre un disco de remixes comprado de la mesita, mal disco, excelente disco, vos no sabés nada de música, mi amor, ¿qué?, dejame trabajar, ch’amiga, prepará el tereré para las cuatro, dale, chau, chau-chau.

Harto sabido lo tenemos los hombres que…, pero de qué valen las advertencias si nuestra estupidez es más inteligente, más diestra, y va sola en bicicleta.

Reunión con la muchachada (léase los amigos de Valeria). Tema de discusión: Frida Kahlo (boff), no, la infidelidad de Diego Rivera, ¿la infidelidad de Diego Rivera específicamente o la infidelidad en general?, en general, él es la referencia nomás, ah, ya, tavýcho. Yo opino que –Valeria no sabe nada anga, pero es tan viva, cómo no atenderle cuando fuma así y mueve los carbones en el brasero- la fidelidad es una ilusión, es un invento de los hombres para asegurar su descendencia, la herencia y sostener el capitalismo, y si bien es cierto que la infidelidad masculina es menos secreta que la infidelidad femenina, menos visible, esto no quiere decir que no exista. Me puse a pensar si Valeria me había sido infiel en estas pocas semanas que llevamos juntos, pero cómo me iba a ser infiel si yo no le daba descanso a la pendeja, ni jamás luego.

Aquellos eran los tiempos de las llamadas crisis (el tiempo, inasible, insoslayablemente carrera), Valeria y yo ahorrábamos en cigarrillos, y cambiamos cervezas por vino, vino por vodka, vodka por caña, a veces sólo muy a veces, muy de vez en cuando.
Valeria, yo te voy a embarazar mba’e y vamos a tener un montón de antoñitos corriendo acá por tu casa, o si querés podemos buscar otro trabajo, o irnos a Buenos Aires, a Sao Paulo, nos metemos a trabajar de streapers en uno de esos lugares que hay por esos lados y ganamos La plata, tenemos muchos hijos, después nos arrugamos todito, con el pelo blanco, y podemos irnos a vivir, qué sé yo, hacia Villarrica mba’e, para cuando eso quién sabe ya es una metrópolis. Valeria respira como si estuviera dormida, pero ¿duerme acaso? No lo sé, tan despierta que estaba, tan tibia, y ahora helada, no tengas miedo, Valeria, yo te voy a abrazar y te voy a poner calentita para que sientas que no estás durmiendo sola, te voy a empollar, Vale, mi pollita.



Esta noche, reunión con la muchachada (esta vez invité a mi amigo Luis, ahora tendré ejército, pollita, jeje, no voy solo, voy en avión, a ver… ¿cómo iba esa?). Ciudad del Este no es una metrópolis, cómo que no es…, no tenemos metro.

Hace mal tiempo, pollita, ¿por eso tenés mala cara, porque se va a cagar nuestra reunión? Los perros sí o sí vienen, pollita. Okey. Valeria tiene las piernas tan duritas, y esa blusa le marca los pezoncitos, chiquitos, duritos; agarrar por detrás a Valeria y soplarle la nuca y sentir cómo sus nalgas se contraen y se le erizan los pelitos de la espalda, mi gatita, así me gusta más, encima de vos, para verte la cara, para ver cómo cerrás los ojos de placer, cómo te agarrás de la frazada, arañame, gatita, mi pollita, eso, así, besame, te quiero, te quiero, gatita, te amo, te amo, te amo (pero sólo mentalmente).




El tiempo, lo quiero agarrar con los dedos y enhebrarlo en las cuerdas de mi guitarra para cantar a destiempo, en sentido anti-horario, raaaaleeentiiiizaaadooo.




Reunión con la muchachada (y con Luis que trajo tequila Sauza, un vodka y cerveza para nosotros dos, gran amigo, sabe bien que hace mucho ya que no tomo, mi socio). Tema de discusión: Mathew Barney. No, propuesta rechazada, sólo Marcelina y el profesor Reinaldo han visto a Mathew Barney. Darling, Brasil está en la vanguardia, no sé cómo te explico. No hace falta Bertha, vos también estás allá lejos, te entendemos, pero te queremos, a pesar de que te entendemos, che ama.

No cambio nada del mundo por la cerveza, quienes la inventaron deberían ser santos, y ciudades deberían ser nombradas con sus nombres, construir monumentos, y demás yerba. Qué suerte que Luis se da con Valeria, se dan muy bien; a Luis le van a encantar las orquídeas del balcón. ¡No toques mis apuntes, Marcelina!, mirá que sos curiosa, ch’amiga, venía acá, vamos a cantar algo o qué, acá Reinaldo va a tocar una, dice que anda escuchando a Bob Marley, a ver si nos alegra con alguna interpretación, y ya que mencionamos al jamaiquino –¿o se dice jamaicano?-… Da igual. Bueno que toque una de Bob Marley que ahora me acuerdo que Banana de La secreta dijo que la polca y el reggae casan, dale, chera’a.

De nada sirven las advertencias, porque somos demasiado estúpidos, y aunque bien que habría rechazado alguna a priori, ahora, a posteriori, la habría estimado. Si en aquel instante en que nos cruzamos me hubiese sido dado el milagro de un ángel pasando junto a nosotros con su estridente zumbido de colectivo, si algún vehículo me hubiese cegado con los reflejos del sol en su parabrisas para salvarme de esto ahora, pero cómo salvarme de esto ahora, si esto es mucho después de haberme caído en el barro, si esto es mucho después de te amo. Si alguien pudiera advertir a Luis, si yo tuviera el coraje suficiente para entrar a la habitación y advertir a Luis de la herida que me está causando. Pero mejor no precipitarse, quizás las orquídeas, la vista de la catedral, nada de qué asombrarse. Aunque quizás Luis, Valeria, qué mierda, qué mierda, puta merda. Luis, mi socio, salí de esa pieza, salí-na, mi socio. Es inevitable, esto está mucho después de mí y es inexorable, está antes, porque es posible que ella lo estuviera planeando, o almacenando, o alimentando para que me explotara en las manos como una bomba reloj.




Toda ciudad es para mí maleable. Ejercito mi creatividad a través del sonido. Tintines, susurros, tarareos dulces, agudamente tenues, gemidos casi imperceptibles; todo eso ahora es esta ciudad y lo será todas. Ya sea micro o sea metro.





Damián Cabrera
15 de agosto de 2009

martes, 12 de mayo de 2009

WANDERLUST: Extrañamientos: Ignorancia

Björk - Wanderlust (2008)

Uno puede extrudir sus demonios. Puede pasar que nos abramos en el vientre una herida con la formita de un hombrecito y pujando -no sin cierta alegría- practiquemos el exorcismo. Una vez secretado el hijo, la cosa, se pueden sentir muchas cosas -algunos podrían pasar del orgullo a la envidia-; supongamos que yo sienta asco y se me ocurra matarlo aplastándole la cabeza.

Es primordial, en estas cuestiones, establecer algunos límites -en ocasiones puede ser de vida o muerte-. Me han referido la historia de un sacerdote de origen desconocido -habría sido escandinavo por las descripciones que me ofreció el compilador del volumen-: Había venido a estas tierras con la misión de evangelizar a sus bárbaros y, víctima de su desmesurado atractivo viril y su irrepetible popularidad entre las mujeres de la aldea, decidió extirparse el género para no corromper su tan altamente evangélico propósito. Pues bien, me figuro que en ocasiones algunos límites son forzosos, como el tal.

No me bastaría argumentar dignificando mi vocación homicida: Siempre tendría la sensación de estar cometiendo suicidio, oh humano de mí. He comprobado que mi cosa ha adquirido los vicios más deleznables -ha incurrido, incluso, en el uso de cierta retórica (de tal palo tal astilla dirán los chismosos)-. Le ha dado por beber, por ser promiscuo y por dedicarse a la investigación, cuando basta mirarle la frente para comprender que carece absolutamente de vocación para esos ejercicios. Lo odio, tengo que reconocerlo. Participa de encuentros partidarios y ya integra la comisión vecinal y la comisión de padres de una escuela rural -no le conozco hijos, ¿o es que los protege de mi talón?-.

Cuando me informan que tiene el poder de la mitosis, no pude sino llorar. ¿Cómo he permitido que el tumor que me extirpé extienda su descendencia por los lugares que amo?

Soñé alguna que vez que era piloto de aviones y que la desgracia era inminente. Tiré de la palanca y salí disparado por el techo de la nave. El paracaídas se abrió y me mostró el siniestro tiñiendo de rojo ese lugar alejado de la selva. La agitación era grande y la respiración se me hacía más dificultosa, como si estuviera a punto de despertar de una pesadilla; como si yo no fuera el piloto, como si hubiese soñado que era piloto de aviones, cuando en realidad era una nave que despertaba con sus intestinos metálicos revueltos y con mi conciencia volviendo a mí, volviendo a mi cuerpo, como un piloto de aviones cuyo paracaídas ha fallado y cae desde el vacío sobre mí.


Damián Cabrera
2009