martes, 6 de julio de 2010

WANDERLUST: La parte de los avipones

El ladrillo está allí, solo, indefenso. Verde, pequeñito, no es nada, no pasa de un trozo de barro cocido, inofensivo; pero la suma de los ladrillos, el cemento y la altura, entonces es el peligro, entonces se revela su potencial peligroso. Toda muralla es un disparo de escopeta, estoy seguro de ello, es un balazo; a menos que sea un mural, que es como neutralizar la muralla; a menos que se la derribe, que es como un balazo, pero al revés: Revolucionario.

El demoledor, ¡eso era! Mañana a las doce, sí o sí. Y volveré inflamado katuete.

Por la ventana de mi pieza no se ve mucho: Habrá que dar una vuelta por la plaza para verlas imperativas; y puesto que la claustrofobia, y dado el buen comportamiento de la ciudadanía, habrá que intervenir, habrá que provocar un sacudón, por no que el hábito nos acostumbre, o que la costumbre nos habitúe. Mañana, después de obedecer, después de cooperar y las calenturas, voy a inquirir en algo que me inflame katuete.

Hay que verlas blancas, espléndidamente blancas. Me paro en medio de la avenida, en medio del zumbido de motores y luces de la hora pico, y las veo levantadas en torno mío: Murallas. Excluyen, separan, decantan. Se cierran hacia fuera, se imponen sobre la libertad. Más que privación de la vista del otro, implican negación de la visión del otro, negación del otro.

Y ahí veo a los griegos, orgullosos de ser civilizados, de que sus murallas los separasen de los bárbaros. Y se trasluce la ideología de las murallas, lo que han sido a lo largo de la Historia. Lo que está dentro de su circuito nos es privado: El ser, lo bueno, lo seguro, lo bello. ¿Y qué queda afuera?: La barbarie, el no-ser, la violencia, lo feo. Imposición de estatus e intimidad. Ojos que no ven, corazón que no siente es un lugar demasiado común para nuestro gusto.

Lo de mañana será algo sencillo, nada complicado; algo que sirva de práctica y a la vez de iniciación. He empezado con las pedradas para infundirme arrojo, y hasta me he instruido en lo que respecta a la fabricación de bombas caseras, pero intuyo que lo mío va por otro camino. Voy a hacer un grafitti, bastará con una paloma de la paz o alguna boludez como esa, qué sé yo.

Estoy lejos de dar la otra mejilla. Los ladrillos se atiborran en mi boca y los dientes me duelen terriblemente. La masa húmeda de cemento asoma por mi boca, mis cachetes hinchados, mis ojos rojos. Me resulta imperioso retrucar. Pero sin tradición de violencia -con aquellas violencias épicas distorsionadas o proscriptas-, con el concepto de violencia remitido a lo doméstico, a lo delictivo, me propongo recrear la violencia para que hable por lo que creo. Pero no estoy seguro de lo que quiero, los cuestionamientos me atraviesan, porque soy joven y tengo miedo de equivocarme, tengo miedo de que mis contemporáneos me cuestionen, que la historia me cuestione, militante trivial de quién sabe qué. En particular, me perturba eso de pensarme con lástima, de pensar mi dolor como un dolor distinto, casi ennoblecedor. Por eso milito en el anonimato, aunque eso no determina nada. ¿Habría sido más digno militar en el anonimato asqueado por el narcisismo? No importa. Lo cierto es que visibles o invisibles los demoledores están por ahí, agazapados, entablando sus luchas en la intimidad en nombre de un... ¿bien mayor? A estas alturas, más de lo que pueda pensarse de mí, me preocupa lo que pienso yo de todo esto, ahora que he leído tanto y me he vuelto tan escéptico. No sé de dónde tanta rabia, pero sé que debería ser una rabia funcional.

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